OPINIÓN: ¿Por qué es un deber reírse de Donald Trump?
Nota del editor: Rob Crilly es un periodista británico. Fue corresponsal de The Telegraph en Afganistán y Pakistán y trabajó para el Times de Londres en África Oriental. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas de su autor.
(CNN) - Hubo una vez en los años 80 en que tomé la decisión de ser miserable. Cuatro millones de personas estaban desempleadas por toda Gran Bretaña, a los mineros y a los trabajadores de fábricas se les había dicho que eran parte de la historia, y una forma egoísta de la política de derecha, encarnada por Margaret Thatcher, se había apoderado de mi país.
A mi ego de 16 años le parecía algo digno de sonrisa, como una forma de complicidad. Divertirse era colaborar con el enemigo. El disfrutar era 'capitalizar' el capitalismo y alimentar el infortunio de aquellos más débiles que yo, misma situación en la que parece estar una bien intencionada porción de estadounidenses tras la victoria electoral de Donald Trump.
Como resultado, hay ahora un número de vías socialmente aceptables para responder a su encumbramiento. La mayoría parece implicar las primeras cuatro etapas del dolor: negación, rabia, negociación y depresión. Siento que tomará algún tiempo para que una quinta etapa, la aceptación, sea respetada en una sociedad cortés.
Has oído las historias, las lágrimas en el metro y las notas angustiosas de post-it dejadas en lugares públicos. Una cosa es cierta: este no es un asunto risible, un sentimiento que mi alma activista adolescente reconocería.
Trump, como comandante de uno de los más grandes arsenales nucleares, podría destruir el mundo de la noche a la mañana o, al rehusarse a reconocer la realidad del cambio climático, lo podría hacer de una forma más lenta.
Nada divertido.
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Y, sin embargo, mi ego adolescente les diría que nada de esto hace bien alguno: el hacer pucheros o malas caras le da buen aspecto solo a un tipo de modelos. Pinta tu pelo de negro y sufrirás el riesgo de dolores de cabeza en días soleados. Nada de eso llevó a los años Thatcher a un final repentino.
Para el caso de Trump, también se trata de una derrota.
Una y otra vez el magnate se ha mostrado vulnerable a la burla. El humor es como la kriptonita para su susceptible existencia, pero es totalmente impermeable a las armas tradicionales de la política. Trata de herirlo en su pudor o de avergonzarlo con el escrutinio público y trata también de hundir a un pato vertiendo una jarra de agua sobre su extremo trasero.
null¿Recuerdas ese pequeño asuntillo con sus impuestos?
Pero todos sabemos el tamaño de sus manos. La pelea de larga duración de Graydon Carter con el "vulgar de dedos cortos", como lo dijo él con tanta sinceridad, resurgió recientemente en las páginas de Vanity Fair, en las que fue citado un camarero de un restaurante de Trump hablando sobre el tamaño de los dígitos de su jefe.
Inevitablemente, el verborreico de cabello naranja respondió en Twitter con una diatriba poco chistosa.
La sensibilidad de Trump es fácilmente entendida cuando te das cuenta que está en una desesperada búsqueda de ser tomado seriamente. Solo recuerden la cara que puso cuando se sentó al lado de Barack Obama en la oficina oval aquel jueves después de las elecciones. Fue la clase de cara que hace un niño de 3 años cuando te quiere mostrar que realmente se está concentrando.
Esto fue lo que dio inicio a toda la farsa.
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Una teoría dice que su carrera política comenzó con esa famosa broma de la que fue víctima en la cena para corresponsales de la Casa Blanca en el 2011.
Barack Obama dijo algunas líneas sobre el liderazgo de Trump en el movimiento que aseguraba que el presidente no había nacido en Estados Unidos.
"Ahora, sé que él ha hecho algunas críticas últimamente, pero nadie está más feliz y orgulloso de ponerle fin a esta cuestión del certificado que Donald", dijo. "Y eso es porque puede finalmente enfocarse en lo que importa, como si falsificamos la llegada a la luna o qué pasó realmente en Roswell, y dónde están Biggie y Tupac".
En el video, se ve a Trump mirar fijamente hacia adelante con los labios fruncidos, tan molesto como lo podrías estar durante un incómodo procedimiento médico llevado a cabo por un doctor que todo el tiempo te susurre en tu oído que eres un idiota.
Aspirar a la presidencia fue una cuestión de venganza y de respeto.
La batuta la ha tomado Saturday Night Live en la forma de un confundido Alec Baldwin, cuyas actuaciones han provocado nuevamente acusaciones de abuso por parte del presidente electo.
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Así que olvídate de la gente que te dice que Trump es demasiado malo para reírse, muy peligroso para alegrarse, que ignoran el real peligro que él significa para las minorías o la paz mundial.
La verdad es que Trump ha construido su marca con base en la caricatura de sí mismo. El cabello extraño, las consignas repetitivas y la vida hecha para la televisión han hecho de él un personaje en su propia vida. Él es su propia caricatura.
Responder a eso con broma no es ser antiestadounidense. No significa degradar el oficio del presidente, porque solo hay una persona que lo está haciendo. No significa ser displicente, tal como me lo dicen los amargados liberales neoyorquinos.
Humor, del bueno, del que te hace retorcer de la risa, es algo que hace converger como un símbolo de resistencia.
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No es un signo de que te hayas rendido, de que seas complaciente con uno de los ganadores. Cuando recuerdas que todo lo que Trump ansía es ser tomado en serio, eso resulta en que reírte es tu deber