OPINIÓN: La razón por la que los saudíes extendieron la alfombra roja a Trump
Nota del editor: Peter Bergen es analista de seguridad nacional de CNN, vicepresidente de New America y profesor de la Universidad Estatal de Arizona. Escribió el libro United States of Jihad: Investigating America's Homegrown Terrorists. Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
(CNN) — Imagínate a Houston a cargo de una versión eficiente del Talibán y tendrás una idea aproximada de lo que es vivir en Riad, la capital de Arabia Saudita.
Pero para entender la importancia de la visita a Riad de Donald Trump, presidente de Estados Unidos, así como su muy esperado discurso sobre el islam, tienes que entender un poco más sobre el centro del poder saudí.
Riad es una vasta ciudad de más de seis millones de habitantes, construida gracias a los inmensos ingresos petroleros; está llena de rascacielos unidos a través de autopistas impecables y rodeada de suburbios interminables del color de la arena, que se pierden en el desierto.
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A pesar de su apariencia aparentemente resplandeciente, Riad está en problemas. Por primera vez en varias décadas, la monarquía saudí ya no puede depender de los ingresos petroleros para mantener su posición como Estado árabe líder y para sobornar al pueblo saudí para que deje de soñar con tener una participación real en la política.
Eso se debe a que los días en los que el barril de petróleo costaba 100 dólares quedaron atrás y no es probable que regresen pronto. Es a causa de esta realidad que el viaje de Trump a Riad y el discurso que dio el domingo 21 de mayo son tan importantes para la monarquía saudí.
No es solo que tengan el mismo interés en controlar lo que para ambos es una influencia excesiva de Irán en Medio Oriente. Ambos creen que el acuerdo militar de casi 110,000 millones de dólares que se firmó durante la visita de Trump es muy valioso porque su objetivo es, en parte, aumentar la producción de armas en Arabia Saudita y generar empleos. Esto se suma a los acuerdos por 55,000 millones de dólares con empresas estadounidenses, que también se anunciaron durante la visita de Trump.
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La lógica de estos acuerdos es simple: reactivar la economía saudí y generar empleos en el sector privado, como explicó Adel al Jubeir, ministro del Exterior de Arabia Saudita, en una conferencia de prensa el sábado 20 de mayo. "Esperamos que estas inversiones a lo largo de los próximos 10 años, más o menos, generen cientos de miles de empleos tanto en Estados Unidos como en Arabia Saudita", dijo. "Servirán para transferir tecnología de Estados Unidos a Arabia Saudita, a mejorar nuestra economía y también a mejorar las inversiones estadounidenses en Arabia Saudita, que son las mayores de todas".
Cuando la riqueza petrolera parecía un caudal de oro interminable, la monarquía absoluta saudí creó, un tanto paradójicamente, un Estado cuasisocialista: un asombroso 90% de los saudíes trabaja para el gobierno y ha disfrutado desde hace mucho de los subsidios al agua, a la energía eléctrica y al gas. Los servicios de salud y la educación son gratuitos.
Pero a finales de 2015, el Fondo Monetario Internacional (FMI) advirtió que, a causa de la caída de los precios del petróleo, el gobierno saudí podría quedarse sin reservas financieras si seguía gastando al mismo ritmo.
Como los precios del petróleo se han mantenido estables en la marca de los 50 dólares por barril , el gobierno saudí está reduciendo los salarios de los empleados gubernamentales y reduciendo los subsidios. Por lo tanto, la visita (y los acuerdos) de Trump están creando una oportunidad crítica en el sector privado para los saudíes que ya no pueden depender exclusivamente del gobierno.
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El rey Salmán, quien se volvió rey en 2015 (fue gobernador de Riad por casi cinco décadas y supervisó la transformación explosiva de una ciudad de unos cuantos cientos de miles de habitantes a mediados de la década de 1960 en la ciudad enorme que es hoy), dio facultades a su hijo de 31 años, el príncipe heredero sustituto a la corona saudí, Mohamed bin Salmán, para que también participe para satisfacer las demandas inmediatas de los saudíes. Se le atribuye la modernización paulatina de la sociedad saudí y la diversificación rápida de la economía de ese país.
El gobierno saudí lo llama " Vision 2030 ". El objetivo es privatizar la educación, los servicios de salud, la agricultura, la minería y el sector de la defensa, y vender Saudi Aramco, que probablemente es la empresa más rica del mundo (su valor se estima en alrededor de un billón de dólares ). Los saudíes esperan que Estados Unidos sea uno de los principales actores en todo esto, particularmente porque Trump tiene experiencia en los negocios en Estados Unidos.
Además, es buen momento para que la monarquía saudí empiece a transformar su base económica. Su país es joven y está increíblemente conectado: el 70% de la población tiene menos de 30 años; el 93% de los saudíes usa internet, muchos más que en Estados Unidos.
El rol decadente de la policía religiosa
Riad está en la región de Nejd, en el corazón de Arabia Saudita. Fue allí donde el primer rey saudí se alió con Mohamed bin Abdul Wahab, clérigo que promovía una interpretación estricta del islam sunita.
Esta alianza fue un matrimonio por conveniencia que ha sobrevivido más de dos siglos y medio y que es clave para la economía política de Arabia Saudita, ya que los sauditas han conservado la autoridad absoluta (al grado que el nombre de la familia está plasmado en el nombre del país) mientras que el aparato religioso de Wahabi sanciona el gobierno de la monarquía absoluta y tiene gran influencia sobre las convenciones de la sociedad saudí.
Hasta hace un año, los miembros de la temible policía religiosa, conocida como Comité para la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio (el mismo nombre que usaba la policía religiosa del Talibán cuando gobernaba Afganistán), vigilaban el cumplimiento de los designios del wahabismo estilo saudí.
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La policía religiosa patrullaba las calles en busca de presuntos malhechores y tenían cierta libertad para hacerlo. En un episodio famoso, ocurrido en la ciudad sagrada de La Meca, en 2002, la policía religiosa impidió que unas niñas huyeran de una escuela en llamas porque no estaban vestidas adecuadamente. Quince jovencitas murieron en el incendio. Pero en abril de este año, el rey Salmán y su hijo, MBS (como lo conocen en su país) le cortaron las alas a la policía religiosa. Ya no tienen la facultad de arrestar a los sospechosos y solo pueden reportarlos a la policía regular.
Además de lograr que la policía religiosa se calme, la monarquía saudí ha permitido que se organicen algunos conciertos, pero su principal ambición, como se dijo antes, es lograr que Arabia Saudita deje de depender casi totalmente de los ingresos petroleros. Los saudíes consideran que el gobierno de Trump es clave para ello y por eso le dieron la más cordial de las bienvenidas.
A cambio, Trump consiguió la plataforma perfecta para dar su discurso sobre el islam. Después de todo, ¿qué mejor lugar para dar ese discurso que la tierra sagrada de Arabia Saudita, sede de las ciudades sagradas de La Meca y Medina? ¿Quién mejor para convocar a los líderes de todos los países musulmanes a escuchar a Trump que la familia real saudí?
El discurso
En Riad, lugar en el que Osama bin Laden nació hace seis décadas, Donald Trump dio su muy esperado discurso el domingo, ante líderes de todo el mundo islámico.
Sobra decir que había mucho en juego. Cuando era candidato, Trump opinaba que "el islam nos odia" y pidió "el cierre total y completo a la entrada de musulmanes a Estados Unidos", argumento que ha modificado y moderado desde entonces.
Sin embargo, esta retórica de campaña provocó que Trump se volviera impopular en el mundo musulmán. En una encuesta que se publicó a principios de noviembre de 2016 , antes de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, se reveló que solo el 9% de los encuestados en Medio Oriente y el norte de África habría votado por Trump, en comparación con el 44% que habría votado por Hillary Clinton.
Después de que lo eligieran, Trump también intentó prohibir temporalmente la entrada a Estados Unidos de viajeros procedentes de media docena de países musulmanes, decreto concebido por uno de los principales asesores políticos, Stephen Miller, quien ahora tuvo la nada envidiable tarea de ser el "autor principal" del discurso de Trump sobre el islam.
Se dijo que el discurso de Trump había sido un "reinicio" de la relación con el mundo musulmán, tal como pasó con Obama hace ocho años, cuando fue a El Cairo y declaró: "He venido a buscar un nuevo comienzo entre Estados Unidos y los musulmanes de todo el mundo; un comienzo basado en el interés y el respeto mutuos…".
En agosto de 2016, durante la campaña presidencial, Trump condenó el discurso que Obama dio en El Cairo : lo criticó por haber dado un discurso "mal encaminado" en el que no condenaba "la opresión de las mujeres y los gays en muchos países musulmanes ni la violación sistemática de los derechos humanos, ni el financiamiento del terrorismo en el mundo…".
Claro que todo es mucho más complicado cuando eres presidente y Trump no tocó ninguno de estos temas en su discurso en Riad, sino que hizo énfasis en el azote del terrorismo, que es algo con lo que casi todos en el mundo islámico y en Occidente pueden estar de acuerdo.
Trump usó el término "terrorismo islámico", que de acuerdo con los críticos combina al islam con el terrorismo, pero su discurso, que contó con la atención cortés de los líderes del mundo musulmán, fue un recuento en gran medida anodino sobre la necesidad de que los países civilizados trabajen juntos para derrotar a los grupos terroristas en nombre de la humanidad y que, salvo por algunos golpes a Irán, bien pudo haber salido de boca de Barack Obama.
Los discursos no son política, claro está, y la popularidad inicial de Obama en gran parte del mundo musulmán menguó luego de que ordenara el incremento de las tropas estadounidenses en Afganistán, de que intensificara enormemente los ataques con drones en Pakistán y Yemen y de que no lograra intervenir de forma significativa para poner fin a la guerra civil en Siria.
Seguramente pasará lo mismo con Trump. Si su gobierno sigue intentando implementar el decreto antiinmigrante que contempla a seis países mayoritariamente musulmanes y no hace gran cosa para llevar la paz a Medio Oriente, ya sea en Siria o entre israelíes y palestinos, cualquier impulso que reciba con su discurso de Riad será tan efímero como las tormentas de arena que ocasionalmente azotan a la capital saudí.
Aunque el discurso de Trump no anuncie cambios reales en las políticas estadounidenses de seguridad nacional, los acuerdos comerciales que el gobierno de Trump está ayudando a negociar con los saudíes ayudarán a que la economía saudí deje de depender totalmente del petróleo.
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