OPINIÓN. Elecciones 2018: El desastre que viene
Nota del editor: Juan Francisco Torres Landa R. es Secretario General de México Unido Contra la Delincuencia. Síguelo en Twitter en @JuanFTorresLand . Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
(Expansión) – Acabamos de pasar un proceso electoral en cuatro entidades federativas que puso de manifiesto que tenemos condiciones idóneas para generar conflictos post-electorales.
Las reglas sobre financiamiento, los procesos de auditoría, las plataformas para reconocer planes de gobierno, los mecanismos de conteo rápido y resultados preliminares, y finalmente la ausencia de voluntad por quienes pierden para reconocer su derrota, son todos elementos que abonan a la incertidumbre.
El resultado es de desconcierto y rispidez entre los actores. Pero además de los anteriores ingredientes, debemos agregar el hecho de que, conforme a las reglas vigentes, es posible ganar con una mayoría simple de los votantes que comparecen en una elección (de hecho, una minoría de todos los votantes).
OPINIÓN: Los mitos de la segunda vuelta electoral
No se trata de ser pesimistas, sino realistas. De abrir los ojos ante lo que tenemos hoy y que puede ganar impulso en un futuro. En los procesos electorales en los últimos años, incluidos los del 4 de junio pasado, vemos un patrón recurrente y preocupante: los porcentajes de los votantes que optan y eligen el candidato ganador son una minoría decreciente.
Esto quiere decir que bajo las reglas de comicios vigentes en el país para ganar en unas elecciones solo es necesario tener la mayoría de los votos de las personas que efectivamente acuden a las urnas. Con un abstencionismo promedio, mayor al 50%, los candidatos que ganan con un porcentaje de apenas un 30% de los votantes, generan por resultado tener el apoyo efectivo de apenas un 15% del electorado y, por lo tanto, sin el voto a su favor del 85% del electorado.
Esta preocupante tendencia se exacerba ante los prospectos de elecciones en que exista una multiplicación de candidatos, pues la fragmentación del voto hace justamente que el candidato que resulte ganador lo haga con un porcentaje de votos mucho menor.
Esta tendencia de dilución de voto es lo que vemos venir en 2018 y genera un panorama poco halagador porque va a poner en entredicho la legitimación y gobernabilidad con la que se pueda pronunciar el candidato ganador en cada proceso local y federal, particularmente en lo que toca a gobernadores y el presidente.
OPINIÓN: Encuestas, elecciones y lecciones
Hasta ahora no he dicho nada que no se haya establecido de una u otra manera en textos recientes por diversos articulistas. Muchos de ellos se han dedicado a establecer la segunda vuelta como una buena medida que pueda atender la problemática aquí descrita. Un ejemplo es Ma. Amparo Casar, quien ha previsto que es posible realizar la reforma constitucional que permita la segunda vuelta siempre y cuando se realice antes del 1 de septiembre de 2017, fecha en la que formalmente inicia el proceso electoral 2018.
No oculto mi simpatía con la idea de promover la segunda vuelta en la elección presidencial. Si bien es cierto no es una medida perfecta ni absoluta, sí da en el blanco en cuanto a evitar que quien gane la elección lo haga con un voto minoritario, procura un mejor entendimiento por parte del electorado de exactamente qué es lo que propone hacer ese candidato, y permite que las fuerzas políticas que no pasan a la segunda vuelta deban procurar acuerdos para incluir posturas en los planes de gobierno de alguno de los dos candidatos finalistas a cambio de apoyo en la segunda ronda electoral.
Me parece que todas esas consecuencias exceden por mucho los posibles bemoles, como pueden ser los gastos adicionales de un segundo proceso, la dilación en conocer al candidato ganador, y la propensión a eliminar del camino a candidatos o partidos que se consideren incapaces de lograr la victoria en esa segunda ronda. Es este último elemento en el que me quisiera concentrar.
OPINIÓN: La transición democrática y gobernabilidad
Las más fuertes críticas y oposición a la introducción de la segunda vuelta vienen de quienes piensan que tienen mejor opción de ganar en la primera vuelta, ya que están poniendo por delante de los intereses del país los suyos. Aunque esta tendencia lamentablemente no es extraña en nuestra clase política, en este caso sí pone en riesgo la viabilidad de un gobierno con legitimación y capacidad de ejercer el poder con solvencia.
Se equivocan los que condicionan u opinan que la segunda vuelta tiene nombre y apellido. El tema no es personal. De hecho quien se coloque en la cima de la primera vuelta, pero no logre el porcentaje mayoritario absoluto requerido, debería interesarle estar en un segundo momento en que ya se pueda medirse exclusivamente con el que hubiera sido el medallista de plata en esa contienda.
Solamente con ese segundo proceso se podrá entender si es realmente la persona a quien conviene entregar las riendas del ejecutivo o no, y de esa manera con el debido apoyo mayoritario.
El punto principal es que, si los líderes y los propios partidos políticos no entienden la cita histórica frente a ellos en este momento, habrá que denunciarlos y cobrárselos con toda contundencia en los propios procesos electorales que vengan. En particular no se vale que nadie se ponga el saco de ser la víctima de esta propuesta que tiene como propósito evidente el dar legitimidad a quien gane.
Si además no solamente no apoyan sino que amenazan con desestabilizar o incendiar al país si se llega a tomar esta medida, mayor será la afrenta hacia el bienestar de la población. No nos pueden tener de rehenes por caprichos personales. Si no se creen capaces de ganar la voluntad mayoritaria del electorado, no merecen entonces siquiera aparecer en las boletas respectivas.
ESPECIAL: #Elecciones2017: la antesala presidencial
Estamos en la antesala del inicio del proceso electoral más complejo del que se tenga noticia en muchas décadas y quizá siglos. No reconocer que las reglas electorales actuales están completamente rebasadas es una irresponsabilidad.
Aunque lo ideal sería pensar en una reforma mucho más profunda que quizá nos lleve a un sistema menos centrado en el presidente, en este momento resulta imposible lanzarse a ese tipo de reestructura (misma que debemos buscarla en el futuro mediato).
Sin embargo, para incorporar la segunda vuelta existen en el Congreso más de 15 iniciativas con dicho contenido y que se pueden reactivar, dictaminar y consolidar con relativa facilidad en las siguientes semanas.
Nada de mártires en este momento de definiciones. Lo que pedimos a los partidos políticos sin excepción es madurez y foco en los mejores intereses del país ya que requerimos modificaciones constitucionales antes del mes de septiembre. Quienes se abstengan de pronunciarse favorablemente en este tema deberán ser considerados como cómplices directos del desastre inminente que se viene para el proceso electoral 2018.
En esa categoría de traidores entrarían el presidente de la República y los presidentes de partidos políticos que no apoyen esta moción, sean quienes sean los detractores. Les toca definir su postura a favor del país o de quienes apuestan a la debilidad institucional.
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