OPINIÓN: Un gran riesgo el discurso belicoso de Trump hacia Corea del Norte
Nota del editor: Julian Zelizer es profesor de Historia y Asuntos Públicos en la Universidad de Princeton, además de miembro numerario de New America. Escribió los libros Jimmy Carter y The Fierce Urgency of Now: Lyndon Johnson, Congress, and the Battle for the Great Society. También es conductor del podcast Politics & Polls. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas de su autor.
(CNN) — El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha puesto a temblar al mundo y ha hecho caer a los mercados accionarios con sus amenazas espontáneas contra Corea del Norte. Aunque la mayoría de los analistas naturalmente argumentó que este es otro momento "sin precedentes" para Estados Unidos, no es precisamente cierto.
De hecho, muchos presidentes han usado palabras agresivas para referirse a países que Estados Unidos percibe como enemigos. La cuestión es que Trump no es el primer presidente que recurre al lenguaje belicoso. Sin embargo, lo más importante es que los presidentes que han recurrido a esta clase de discurso han cometido errores graves que terminan perjudicando a Estados Unidos.
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Uno de los presidentes que recurrió a grandes bravatas para referirse a la amenaza comunista fue Lyndon Johnson; esa clase de retórica llevó a Estados Unidos directamente al devastador atolladero en Vietnam. Ahora sabemos que en privado, Johnson entendía los riesgos de la intervención militar en el sureste asiático. Muchos asesores, tanto del poder ejecutivo como del legislativo (entre ellos personajes sureños de línea dura como Richard Russell), le advirtieron que la guerra en Vietnam era innecesaria y peligrosa. En privado, Johnson y sus colegas hablaban abiertamente de que la guerra en Vietnam no era esencial para la Guerra Fría con la Unión Soviética. Johnson entendía sus inquietudes, pero creía que no había otra salida. Creía en la teoría del efecto dominó en política exterior, que estipula que si un país caía en el comunismo, los demás a su alrededor le seguirían. También creía que el costo político de que un demócrata "luciera débil" en cuestiones de seguridad nacional sería devastador. Recordaba que los republicanos ganaron la Casa Blanca y el Congreso en 1952 al criticar la debilidad de los demócratas frente al comunismo, tanto en casa como en Corea.
Johnson, quien de acuerdo con el historiador Fredrik Logevall estaba concentrado en proteger su propia imagen de virilidad, siguió con el discurso duro respecto a la amenaza de Vietnam del Norte. Se encasilló y cada vez le fue más difícil hacer otra cosa que no fuera intensificar sus reacciones, aun cuando las probabilidades de ganar y el costo del conflicto se hicieron evidentes. Cuando Johnson reconoció, en 1968, que la negociación era una solución mejor, era demasiado tarde para su presidencia y la guerra se prolongó hasta bien entrada la presidencia de Richard Nixon.
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A Ronald Reagan también le encantaban las bravatas. En los primeros años de su presidencia, Reagan también sorprendió con su discurso incendiario sobre la Unión Soviética. En un momento de la historia en el que ambas superpotencias se enfrentaban todos los días a un conflicto nuclear, Reagan abandonó los esfuerzos de sus tres predecesores (Richard Nixon, Gerald Ford y Jimmy Carter) por mejorar las relaciones con los soviéticos. Se negó a negociar las armas nucleares y, en un discurso que dio a los evangélicos en 1982, dijo que los soviéticos eran un "imperio maligno". Este fue uno de muchos momentos en los que Reagan envió mensajes agresivos a los adversarios de Estados Unidos.
Para 1983, como relata la politóloga Beth Fischer en el libro The Reagan Reversal, los expertos en política exterior, tanto en Estados Unidos como en la Unión Soviética, temían que la temperatura hubiera subido tanto que la guerra nuclear era inminente. Los estadounidenses vieron la película El día después, un relato ficticio para televisión sobre un pueblo de Kansas durante una guerra nuclear, y temieron que fuera fácil que se hiciera realidad. Cuando la OTAN llevó a cabo un ensayo militar en toda Europa, en noviembre de 1983, los soviéticos se asustaron tanto a causa de lo que Reagan había dicho que pusieron a sus fuerzas en alerta máxima. "En tres años he aprendido algo sorprendente sobre los rusos", dijo Reagan. "Mucha gente de lo más alto de la jerarquía soviética temía genuinamente a Estados Unidos y a los estadounidenses".
En 1984, Reagan empezó a moderar su retórica porque tanto él como sus asesores entendieron los peligros que habían surgido a causa de su postura. A lo largo de los años, los historiadores han discutido si la intensificación militar provocó que los soviéticos se sentaran a la mesa a negociar, pero la situación era tan grave que la posibilidad de una guerra se había vuelto peligrosamente real. Si no hubiera llegado Mijaíl Gorbachov, es poco probable que la presidencia de Reagan hubiera terminado con un histórico acuerdo armamentístico con los soviéticos.
El último presidente republicano antes de Trump, George W. Bush, también usó lenguaje provocador tras el 11-S, lo que impulsó la guerra en Iraq. Aunque Al Qaeda fue responsable de los horribles acontecimientos del 11-S, Bush dirigió su atención a Saddam Hussein en Iraq. Como parte de una advertencia a lo que llamó "el eje del mal", que incluía a Iraq, Irán y Corea del Norte, Bush dijo al Congreso que "todos los países deberían saber que Estados Unidos hará lo que sea necesario para garantizar la seguridad de nuestro país". Bush también advirtió que esperar para reaccionar ante los ataques de los enemigos "no es defensa propia, es suicidio. La seguridad del mundo exige que desarmemos ahora mismo a Saddam Hussein". Esta clase de discurso y de postura nos llevó a una guerra larga y costosa contra Iraq, basada en las falsas afirmaciones de que Hussein tenía armas de destrucción masiva. Todavía estamos lidiando con las consecuencias de esa decisión… que ha costado mucha sangre y dinero tanto a Estados Unidos como a Iraq.
Se ha criticado mucho al presidente Harry S. Truman (quien advirtió a Japón, tras el lanzamiento de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, que "les espera una lluvia de ruina como nunca se ha visto en la Tierra") por los efectos del lenguaje belicoso que se volvió parte de una trágica carrera armamentística nuclear en la que ha sido imposible dar marcha atrás.
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Cuando Truman quiso que el Congreso aprobara un paquete de asistencia económica y humanitaria para Grecia y Turquía, el senador republicano Arthur Vandenberg lo urgió a "hacer una presentación personal ante el Congreso y matar del susto al pueblo estadounidense". Lo hizo. Truman pidió el dinero y anunció la Doctrina Truman en marzo de 1947, con la que prometía que Estados Unidos "apoyaría a los pueblos libres que se resisten a subyugarse a minorías armadas o a presiones externas" en cualquier lugar en el que los regímenes totalitarios fueran una amenaza. Los analistas liberales señalaron que este discurso, así como otras declaraciones de Truman, fue lo que permitió que el miedo llevara a Estados Unidos a una carrera armamentística peligrosa con la Unión Soviética en vez de intentar aliviar las tensiones.
El discurso de Trump es diferente al de sus predecesores porque parece que sus comentarios son mucho más espontáneos , que provienen de alguien que casi no tiene experiencia gobernando o haciendo política y que no cuentan con la aportación de asesores experimentados.
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Es más, Trump y el secretario de Estado, Rex Tillerson, han dejado hueca a esta dependencia al negarse a llenar cargos clave. Trump no ha designado un embajador en Corea del Sur. El cargo de subsecretario para asuntos en el Este Asiático y el Pacífico también sigue vacante. Además, la presidencia solo tiene un subsecretario temporal para asuntos de seguridad en Asia y el Pacífico. Tillerson no tiene las herramientas que necesita para solucionar esta crisis por la vía diplomática. La diplomacia ha sido un complemento esencial a las amenazas militares en todas las presidencias anteriores.
Cuando los presidentes recurren a las bravatas en cuestiones de política exterior, los resultados suelen ser desastrosos. Hemos quedado al borde de una catástrofe nuclear o hemos terminado en conflictos militares innecesarios que han costado vidas y dinero a muchas generaciones. Es por ello que los actos de Trump son tan peligrosos . Hemos visto que las palabras, incluso de presidentes mucho más experimentados y cuidadosos, han causado la ruina. Ahora parece que Trump, quien es mucho más imprudente, les está siguiendo los pasos.
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