OPINIÓN: El Secretario de Estado de Estados Unidos debería renunciar ya
Nota del editor: Julian Zelizer es profesor de Historia y Asuntos Públicos en la Universidad de Princeton. Escribió el libro The Fierce Urgency of Now: Lyndon Johnson, Congress, and the Battle for the Great Society. También es conductor del podcast Politics & Polls. Síguelo en Twitter en @julianzelizer . Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
(CNN) — Si Rex Tillerson, secretario de Estado de Estados Unidos, no está contento con la forma en la que Donald Trump dirige la Casa Blanca, debería renunciar, debería hacerlo pronto y públicamente.
A lo largo de las pasadas semanas, ha habido cada vez más pruebas de que Tillerson desaprueba el desempeño de Trump en la presidencia. El secretario, quien llegó a la dependencia sin experiencia en el gobierno y sin lazos íntimos con Trump, se ha visto obligado a no hacer nada mientras Trump lo margina, lo critica y lo lleva en una dirección diferente a la que el cauto exejecutivo petrolero habría preferido tomar en cuestiones clave como Corea del Norte.
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Tillerson ha intentado arreglar los desastres de Trump, pero con poco éxito. En lo que para algunos se compara con un video de rehenes, esta semana el secretario ha tenido que responder frente a las cámaras a preguntas sobre los rumores que publicó la televisora NBC sobre que había pensado seriamente en renunciar en julio y sobre que había dicho que Trump es un "imbécil".
Bien podría ser cierto, ya que el presidente de Relaciones Exteriores del Senado, Bob Corker, dijo a la prensa que Tillerson es uno de los pocos que están protegiendo a Estados Unidos el caos total. Sin embargo, no es seguro que las cosas salgan mejor si se queda en el cargo.
De hecho, se podría argumentar que si Tillerson está descontento de verdad, lo mejor que podría hacer es salir del gobierno en un acto de auténtico valor político y desencadenar una muy necesaria onda expansiva en Washington para que los republicanos despierten de su sopor políticamente inducido.
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Algunos miembros del gabinete y otros altos funcionarios han renunciado en protesta a lo largo de los años. William Jennings dejó la Secretaría de Estado durante la presidencia de Woodrow Wilson, en 1915, porque creía que la presidencia estaba siguiendo un rumbo innecesariamente militarista en Europa.
Dean Acheson renunció en 1933 a la subsecretaría del Tesoro para protestar que Franklin Roosevelt abandonara el patrón oro. Elliot Richardson anunció que renunciaría a la fiscalía general en octubre de 1973 luego de que Richard Nixon le ordenara despedir a Archibald Cox, el fiscal especial que investigaba el escándalo de Watergate. Peter Edelman, asesor del Departamento de Salud y Servicios Humanos, salió del gobierno de Clinton para protestar contra la reforma a la Ley de asistencia social de 1996.
Cuando los funcionarios del gabinete siguen trabajando para un presidente con el que tienen diferencias fundamentales, no ha salido nada bueno en realidad. Suelen ser personajes públicos que legitiman decisiones presidenciales desastrosas.
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El caso más famoso de inacción fue el de Robert McNamara, secretario de Defensa de la presidencia de Lyndon Johnson; en privado, le costaba estar de acuerdo con la guerra en Vietnam porque entendía que la misión era inútil y que estaba cobrando un precio muy alto en las familias estadounidenses proletarias y de clase media baja; sin embargo, se rehusó a romper con Johnson en 1968.
nullJohnson dependía de la genialidad y de la credibilidad ejecutiva de McNamara para contrarrestar a los críticos de izquierda que decían que estaba cometiendo un terrible error en Vietnam. Quedarse en el gobierno y callar no sirvió de nada para contrarrestar esta guerra desastrosa que empeoró durante la estancia de McNamara en el Pentágono.
Aunque es cierto que muchas de estas renuncias no sirvieron para impedir que se implementaran las políticas contra las que se protestó, fueron momentos importantes que activaron al electorado descontento que se oponía al presidente. Las renuncias se han vuelto puntos de convergencia para la oposición.
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A veces, los funcionarios descontentos del gabinete pueden tener un efecto beneficioso si permanecen en su cargo. Pero con Trump no es el caso. Cada vez es más urgente hacer algo porque cada vez queda más claro que los supuestos adultos que están presentes casi son incapaces de controlar a este presidente.
El secretario de Defensa, James Mattis, no ha logrado impedir que Trump incremente la posibilidad de que haya un conflicto militar grave en varios frentes. John Kelly, el jefe de gabinete, no ha logrado impedir que Trump haga comentarios incendiarios. H. R. McMaster, asesor de Seguridad Nacional, no ha logrado persuadir a Trump de que desarrolle un plan coherente para lidiar con las amenazas mundiales, y a Tillerson le ha costado evitar que la opción diplomática se vuelva parte marginal de la agenda de la presidencia.
En el caso de Tillerson, su renuncia podría tener un efecto mayor al de muchas de las renuncias que hemos visto, dado que Trump cuenta con poco apoyo. Algunos republicanos del Congreso no están conformes con la dirección que ha tomado esta presidencia y sus índices de aprobación han sido extremadamente bajos. Los demócratas, que nunca han querido a Trump, confirman sus peores temores sobre esta presidencia con cada día que pasa.
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¿Qué se lograría si Tillerson renuncia? Cuando menos sería la primera vez que un alto funcionario adopta una postura por principios ante el tumulto que se ha desarrollado en la Casa Blanca, lo que podría inspirar a otros a hacer lo mismo y a dar una sensación de crisis a los republicanos que tienen el poder en sus manos con el fin de que presionen más a los asesores del presidente.
También se crearía un espacio para la designación de una persona como Nikki Haley, embajadora de Estados Unidos ante la ONU, quien podría promover el proyecto diplomático más hábilmente (en el sentido político) que Tillerson, a quien le ha costado salir airoso en los tejes y manejes de Washington.
Lo más importante es que la renuncia de Tillerson podría motivar finalmente a los republicanos del Congreso a ser más firmes en su resistencia a través de la actividad legislativa, como lo hicieron con la propuesta de ley de sanciones que dejó maniatado a Trump; a través de la supervisión y la investigación, o tal vez poniendo en duda la competencia del presidente a través de la 25ª enmienda, si las cosas llegaran a tanto.
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Como estamos llegando a un momento crítico en cuanto a Corea del Norte e Irán, la renuncia de Tillerson sería un mensaje particularmente urgente. Su salida también podría moldear la política de las elecciones intermedias de 2018 y crear un Congreso con más legisladores que sirvan como freno decidido para el presidente. También podría activar a los republicanos que quieran competir contra Trump en las elecciones primarias de 2020 y que podrían llevar a Estados Unidos por un rumbo más estable en cuestiones de política exterior.
Los funcionarios del gabinete callan con demasiada frecuencia. Un asistente dijo alguna vez, refiriéndose al secretario de Estado John Foster Dulles: "Vi que el secretario de Estado estaba en su oficina, luchando con su consciencia. Desde luego, ganó él".
En vez de permitir que el presidente lo use para fingir que le interesa seriamente la diplomacia en esta Casa Blanca y si es que le interesa tener algún impacto en la política exterior, Tillerson debería pensar en renunciar y luego dejar en claro en los noticieros de televisión por cable (que Trump ve tan ávidamente) por qué cree que esta clase de presidencia no puede seguir por más tiempo.
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