Fotógrafo de depredadores, una carrera que exige más que una buena cámara
Sin estudios universitarios y con más de 20 años en expediciones extremas, Gerardo del Villar hizo una carrera basada en la pasión, la paciencia y el propósito.
Nunca estudió una carrera tradicional. Lo que sabe lo aprendió de la vida, de la pérdida de su madre cuando era un bebé, del rancho en Hidalgo donde creció rodeado de animales y de una conexión profunda con los depredadores desde muy joven. Gerardo del Villar lleva más de 20 años fotografiando a algunas de las especies más temidas del planeta, como tiburones, cocodrilos, osos y orcas. Aunque no pasó por la universidad, construyó su carrera con pasión, experiencia y una cámara en mano.
“Yo no estudié fotografía, pero llevo toda mi vida estudiando fotografía”, dice Del Villar. Su primer encuentro con un tiburón fue en 2002, en Belice, donde cambió por completo la narrativa que tenía en la cabeza, esa de que los tiburones son malvados y comen a la gente, tal cual se muestra en las películas.
De regreso en México, sus amigos no le creyeron que interactuó con un tiburón gata. Así nació la motivación por registrar con una cámara sus experiencias bajo el agua. Y con esa misma motivación, llegó hasta la revista México Desconocido, donde logró plasmar una de sus fotografías.
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Desde entonces, el buceo con tiburones se convirtió en parte de su día a día. Sin jaula, sin protecciones más que el traje de neopreno y la serenidad. Porque ahí, debajo del agua, Gerardo dice estar en su zona segura. “Ahí estoy completo. Mis seis sentidos están conectados. Estoy en plenitud”.
Convertirse en fotógrafo de depredadores no es un camino rentable a primera vista. “Yo gano muy poco de la fotografía, pero soy muy feliz”, reconoce. El ingreso mensual varía. A veces no vende nada en tres meses. Otras veces, vende tres fotos en un solo mes.
Lo que sí ha ganado -y mucho- es perspectiva. Del Villar ha desarrollado una serie de habilidades que hoy son valiosas incluso en el mundo empresarial, como la tolerancia a la frustración, claridad de propósito, comunicación efectiva, liderazgo y resiliencia.
De los tiburones aprendió la constancia. Pueden fallar 40 veces antes de cazar a su presa, y aun así siguen intentando sin reproches. De las orcas, la comunicación impecable. De los zorros, que incluso un depredador puede tener una función sanadora dentro del ecosistema. Y de los guías con los que ha compartido expediciones, la humildad necesaria para reconocer las propias debilidades.
Gerardo del Villar fotografió este cocodrilo bajo el agua, en una expedición que exigió liderazgo compartido y cero margen para el error.(Cortesía)
Aunque las carreras tradicionales son el camino más común, hay personas que deciden explorar rutas menos convencionales. No todos los perfiles profesionales encajan en una licenciatura o en un modelo académico estructurado.
En algunos casos, como el de Gerardo del Villar, la experiencia directa, la curiosidad y la pasión por un tema se convierten en una formación en sí misma. Son trayectorias atípicas, pero válidas y posibles para quienes encuentran un propósito y están dispuestos a construir su propio camino.
No es un camino fácil. Del Villar admite que vivir exclusivamente de la venta de fotografías ya no es viable como antes. El auge de los smartphones y el acceso masivo a imágenes de alta calidad han transformado por completo la industria. Por eso, ha tenido que diversificar sus servicios.
Hoy día, organiza expediciones, da conferencias, vende cursos y colabora en proyectos documentales. La cámara sigue siendo su herramienta principal, pero su carrera se sostiene gracias a un modelo multifacético donde la experiencia, el conocimiento de campo y su habilidad para narrar historias pesan tanto como sus imágenes.
En Churchill, Canadá, Gerardo ha capturado en varias ocasiones la imponente presencia del oso polar, uno de los animales que más lo inspiran por su fuerza y vulnerabilidad.(Cortesía)
Detrás de cada expedición hay una corazonada. A veces se trata de un proyecto definido, como cuando fotografió a los 10 tiburones más peligrosos del mundo sin jaula. Otras veces, es el puro deseo de volver a ver osos en Churchill o a las orcas en la Patagonia. Pero siempre, hay un propósito claro. “Si el objetivo pesa más que el miedo, hay que hacerlo. Si no, mejor no”, dice.
Su libro, Los tiburones también tienen miedo, habla precisamente de eso; del miedo como maestro. Y de cómo enfrentarlo no con valentía ciega, sino como parte del desarrollo personal y profesional.
A los jóvenes que sueñan con una carrera poco convencional, Gerardo les aconseja mirar hacia adentro. “Si haces lo que te apasiona y lo haces de forma profesional y dedicada, encontrarás cómo vivir de ello. El éxito empieza con las mariposas en el estómago”.