Esto crearía las condiciones para que los bancos centrales de las principales economías avanzadas empiecen a recortar las tasas en la segunda mitad del año, aunque el ritmo y el calendario variarían, dijo en un acto organizado por el centro de estudios Atlantic Council.
"En este tramo final, es doblemente importante que los bancos centrales mantengan su independencia", afirmó Georgieva, instando a los responsables monetarios a resistirse a las peticiones de recortes prematuros de las tasas cuando sea necesario.
"Una relajación prematura podría dar lugar a nuevas sorpresas inflacionarias que incluso podrían hacer necesaria una nueva tanda de endurecimiento monetario. Por otro lado, un retraso demasiado prolongado podría suponer un jarro de agua fría para la actividad económica", afirmó.
Georgieva dijo que el informe Perspectivas de la Economía Mundial de la semana que viene mostrará un crecimiento global ligeramente más fuerte debido a la sólida actividad en Estados Unidos y en muchas economías de mercado emergentes, pero no ofreció nuevas previsiones concretas.
Aseguró que la resistencia de la economía mundial se estaba viendo favorecida por la solidez de los mercados laborales y la expansión de la población activa, la fortaleza del consumo de los hogares y el alivio de los problemas de la cadena de suministro, pero afirmó que todavía había "muchas cosas de las que preocuparse".
"El entorno mundial se ha vuelto más desafiante. Las tensiones geopolíticas aumentan los riesgos de fragmentación... y, como hemos aprendido en los últimos años, operamos en un mundo en el que debemos esperar lo inesperado", dijo Georgieva.
Los "Tibios ‘20"
Afirmó que la actividad mundial era débil según los estándares históricos y que las perspectivas de crecimiento se habían estado desacelerando desde la crisis financiera de 2008-2009. La pérdida de producción global desde el inicio de la pandemia de Covid-19 en 2020 fue de 3.3 billones de dólares, lo que afectó de forma desproporcionada a los países más vulnerables.
Georgieva dijo que Estados Unidos había experimentado el repunte más fuerte entre las economías avanzadas, ayudado por el aumento del crecimiento de la productividad. La recuperación de la actividad en la zona euro fue más gradual, debido al impacto persistente de los altos precios de la energía y al menor crecimiento de la productividad.