En retrospectiva, la estrategia de Mitsotakis parece una receta ganadora para los griegos.
En enero de 2015, luego de dos programas de rescate y de años de recortes y protestas violentas, Grecia se internó en aguas inexploradas y rechazó la política a la antigua y los sacrificios que le impuso el gobierno del partido Nueva Democracia, en ese entonces de centroderecha.
La gente votó por el cambio radical que prometió Syriza y su líder, Tsipras, un orador carismático. Este partido poco conocido se basó en una plataforma antirrescate que prometía enfrentar a los acreedores del país y ponerle fin a la austeridad, pero no tuvo gran éxito.
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La odisea populista de Grecia desembocó en un pánico bancario y en la posibilidad de separarse de la unión monetaria europea. Las negociaciones llegaron al límite. Los bancos estuvieron cerrados varios días y se impusieron controles a los capitales.
Al último minuto, con la posibilidad de que estallara el caos luego de un referéndum sobre la posible salida de Grecia de la Unión Europea, Syriza dio un giro de 180 grados y firmó un tercer acuerdo de rescate, tras lo que celebró elecciones anticipadas. El segundo gobierno de Syriza fue más dócil y lo reeligieron en septiembre de 2015, con lo que hubo más austeridad y se aumentaron los impuestos para cumplir los objetivos fiscales.
Los acontecimientos del verano de 2015 significaron, para muchos griegos, el fin de la ilusión de que era posible resistirse al cambio. Como Tsipras, los griegos ahora están dando un giro de 180 grados.