Formado en enero de 2020, el gobierno de Hassan Diab, presentado como un gabinete de tecnócratas, es acusado por sus detractores de estar sometido al partido La Corriente Patriótica Libre, cuyo presidente es Michel Aoun, y al Hezbolá.
Esta semana, el gobierno libanés se ha debilitado aún más por la renuncia del ministro de Asuntos Exteriores, Nassif Hitti, un diplomático de carrera que denunció "la ausencia de voluntad real" para emprender las reformas.
La explosión del martes puede ser nuevo combustible para las revueltas, que habían sido apaciguadas por la pandemia y el cansancio.
"La pandemia había dado un respiro para la clase política", estimó la politóloga Karim Emile Bitar, que aseguró que la tragedia que tuvo lugar el martes dará "un nuevo aliento a la revolución".
"Los libaneses estarán más decididos a pedir a esta casta política corrupta que rinda cuentas", dijo a la agencia AFP. La analista cree que la segunda fase del levantamiento será "brutal" y puede "caer en la violencia".
Maha Yehya, directora del centro Carnegie-Medio Oriente, se muestra más medida: el drama podría también impulsar a más gente a exiliarse.
La pandemia, otra crisis
A esta tormenta, se ha añadido la crisis por la pandemia de coronavirus.
Un temprano y estricto confinamiento contuvo un incremento masivo de casos, aunque desde principios de julio ha cambiado el escenario al aumentar las infecciones a niveles no vistos desde que se detectó el primer positivo de la COVID-19 el pasado 21 de febrero.
Hasta este jueves se tiene registro de 5,672 casos y 70 muertes en un país de alrededor de seis millones de habitantes, de acuerdo con el recuento de la Universidad Johns Hopkins.
Con información de AFP y EFE