"La pandemia nos ha pescado en pañales, con un sistema de salud muy desorganizado y débil", dice el médico Nelson Patiño Cossio, miembro del Colegio Médico Departamental de La Paz. "Nos faltan hospitales, equipos, medicamentos, insumos y recursos humanos: el coronavirus expuso todas esas carencias".
En ese marco, la aceleración de los contagios ante la mayor movilidad de la población se refleja en un empinamiento de la curva de muertes. Entre el 1 de junio y el 19 de agosto, los fallecidos pasaron de 313 a 4,233.
Sin embargo, esas cifras oficiales son cada vez más cuestionadas dado que buena parte de las personas contagiadas de coronavirus ni siquiera reciben una mínima atención médica. De hecho, la policía informó que entre abril y fines de julio recogió unos 3,300 cadáveres en casas y calles, y se estima que el 80% de esas muertes correspondió a infectados de COVID-19.
La salud ha sido un tema olvidado
La histórica precariedad del sistema sanitario estuvo lejos de ser revertida durante los catorce años del gobierno de Evo Morales. En ese período fueron priorizados otros aspectos también postergados por décadas en Bolivia como los avances en obras de infraestructura básica y la masificación del gas domiciliario.
En ese contexto, aunque en 2019 entró en vigencia el Sistema Único de Salud por el que se garantiza la atención médica para todos los habitantes, la inversión en esa área estuvo lejos de registrar un crecimiento significativo. De hecho, en 2017 la inversión pública en salud equivalía al 4.4% del PIB, por debajo del 6% recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS).