Los encargados le dijeron a Zahara que Shaul se había sentido enfermo durante la noche y que decidieron llevarlo a un hospital cercano. Sin embargo, cuando los padres salieron rápidamente a buscarlo, se enteraron de que nunca había sido llevado al centro médico.
"Durante mucho tiempo, mis padres siguieron buscando en todos los hospitales, pero en vano", relató el hermano de Shaul, cuyo nombre no se dio a conocer. La familia presentó una denuncia ante la policía y después de algún tiempo les dijeron que el expediente había "desaparecido".
Lo extraño fue que, hacia la época en que Shaul debía cumplir los 18 años, comenzaron a llegar a la casa de los Simhi las cédulas para que se presentara a cumplir con el servicio militar, un hecho que se repitió en incontables oportunidades con otras familias afectadas por los secuestros.
Pero no hubo caso. "Hasta el día de su muerte —contó el hermano del niño perdido—, mi madre, de bendita memoria, no dejó de hablar de su hijo Shaul y desear que apareciera".
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La historia de Shaul no es aislada. Se trata de una de las páginas más oscuras de la historia de Israel y no está relacionada con las guerras o el terrorismo. En la década de 1950, un número difícil de confirmar de bebés y niños que llegaron al país en el medio de la ola de inmigrantes judíos expulsados desde las naciones árabes fueron entregados a familias, también judías, pero de origen ashkenazí o europeo, para darles "una mejor vida".