El municipio italiano de Codogno se convirtió en un pueblo fantasma en apenas unos días. Ubicado al sur de Milán, fue la 'zona cero' del COVID-19 en Europa, tras identificar el primer caso positivo el 21 de febrero de 2020. Desde ahí, el nuevo coronavirus se expandió rápidamente por el continente, replicando la misma estampa en cada ciudad europea: bares, tiendas y restaurantes cerrados. Las calles quedaron desiertas, mientras el número de contagios no paraba de crecer por toda la región.
Italia fue el primer país en ser sacudido por el COVID-19. Los hospitales estuvieron tan desbordados que tuvieron que dar prioridad a los enfermos con mejores probabilidades de sobrevivir. El horno crematorio de la ciudad de Bérgamo, al norte del país, vivió una situación límite ante el drástico incremento de muertes: funcionaba 24 horas al día, pero no daba abasto, por lo que el ejército tuvo que transportar cadáveres a otras ciudades para incinerarlos. La situación se salió de control.
En un intento por frenar la expansión de la enfermedad, el 8 de marzo de 2020 el gobierno italiano decretó el aislamiento de 16 millones de personas al norte del país y la restricción de movimientos en todo el territorio. Fue el primero de una serie de confinamientos que sucesivamente se impusieron por el continente y que ahora, un año después, no terminan de desaparecer de la vida de los europeos.