Con 25 años de edad, Ljuviza Banich Riva no tuvo otra opción que la de reinventarse. Su pequeño emprendimiento de servicios de catering para eventos había quedado paralizado en forma abrupta en marzo del año pasado. Sin reuniones sociales ni empresariales autorizadas ante la cuarentena dispuesta en Perú para intentar evitar la propagación del coronavirus, Ljuviza tuvo que construir una tabla de salvación.
En medio de la urgencia, decidió apurar la consolidación de un servicio de delivery de comidas, bebidas y cigarros destinado solo a abastecer al condominio en donde vive. Con ese emprendimiento, que había inaugurado una semana antes del inicio del confinamiento, no solo logró mantenerse en pie, sino que también pudo emplear a su madre y su hermano, quienes formaban parte de la legión de más de dos millones de nuevos desocupados que se sumaron en Perú durante la pandemia. Con semejante vértigo, Ljuviza no tiene el foco puesto en las elecciones presidenciales del próximo domingo.