Cuando este lunes vuelvan a la mesa de negociaciones en Viena, los delegados del gobierno de Irán tendrán en sus manos una grave apuesta sobre el futuro del Medio Oriente y de gran parte del mundo: ¿aceptarán un acuerdo con las grandes potencias para abrir las puertas de sus plantas nucleares a los inspectores internacionales para confirmar que no están produciendo bombas atómicas? ¿O esquivarán el compromiso y activarán la cuenta regresiva hacia una guerra cuyos resultados son imprevisibles?
Un Irán nuclear es una posibilidad que Israel—al igual que varios países árabes— no puede permitirse, por una cuestión de supervivencia: los gobiernos islámicos de Teherán, desde la llegada al poder del ayatollah Khomeini en 1979 a esta parte, no esconden su aspiración, en general poco realista, de que el estado judío desaparezca del mapa.