Publicidad
Publicidad

Tierra prestada: una historia de deforestación centenaria en el oeste de Cuba

La deforestación que ha sufrido la barrera de mangle que protege el Surgidero de Batabanó por 500 años ha hecho que esta zona enfrente problemas de inundación y erosión costera.
mié 21 junio 2023 01:30 PM
Un coche antiguo pasa por los escombros causados por el huracán Ian cuando pasó en Pinar del Río, Cuba, el 27 de septiembre de 2022.
Ian, el último huracán de la temporada ciclónica de 2022, afectó el Occidente de Cuba.

Nota de la editora: Este reportaje forma parte de la tercera entrega de la colaboración con Expansión donde publicaremos algunos de los principales hallazgos de la investigación Los bosques que perdimos de la Red LATAM de Jóvenes Periodistas y Mongabay Latam.

Ian, el último huracán de la temporada ciclónica de 2022, azotó el Surgidero de Batabanó, en la provincia de Mayabeque, con la misma intensidad que a otros pueblos de la costa sur del occidente de Cuba. El mar penetró violento y tan veloz que muchos habitantes, acostumbrados a asegurar sus pertenencias en sitios altos ante la llegada de estos eventos meteorológicos, tuvieron que elegir entre salvar un colchón, el refrigerador o sus vidas.

Publicidad

A más de un kilómetro del puerto, Maylín Roselló, de 58 años, vio al mar fundiéndose con la Avenida Tercera mientras unas olas gigantes depredaban las siguientes calles. Como ella vive sobre una de las lomas más pronunciadas del pueblo y el portal de su casa empieza tras la subida de unos cuantos escalones, se sintió fuera de peligro. Pero apenas desvió la mirada de las inundaciones, el agua se coló sutilmente hasta anegar por completo su jardín. Aquello jamás había ocurrido.

Desde hace mucho tiempo el Surgidero de Batabanó enfrenta problemas de inundación y erosión costera debido a la deforestación que ha sufrido la barrera de mangle que protege la zona. Por eso el pueblo suele ahogarse con mucho menos que un ciclón. Basta con una surgencia costera —un movimiento de aguas profundas hacia la superficie— para que la marea suba y se trague la orilla. A veces es suficiente una lluvia insistente para que se desborden los canales y se empapen las rodillas de los lugareños.

Mapa que muestra la salud de los manglares entre Punta Sucia y Punta Mora, Cuba.
Los manglares en el Occidente de Cuba han sufrido un gran deterioro desde épocas coloniales.

500 años de deterioro

Quizás siempre fue un destino inevitable desde que los primeros colonos españoles comenzaron a establecerse junto a la costa, un siglo antes de la fundación oficial del asentamiento, en 1688. Con el tiempo, aquella comunidad se convirtió en un importante centro pesquero y langostero, y en un puerto estratégico del archipiélago cubano (en la actualidad, todavía constituye la principal conexión con el municipio especial Isla de la Juventud).

Publicidad

“Cuando se hizo Batabanó, existía un concepto totalmente antropocéntrico, impositivo: el hombre transforma la naturaleza de acuerdo a sus necesidades. Ese concepto duró hasta las décadas de 1960 y 70”, dice José Manuel Guzmán Menéndez, especialista en manglares y coordinador de proyectos de la Agencia de Medio Ambiente del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA).

Él intervino directamente en la zona como director técnico de Manglar Vivo, un proyecto cuyo objetivo es reducir las vulnerabilidades de las comunidades costeras al sur de las provincias de Mayabeque y Artemisa frente a fenómenos relacionados con el cambio climático, incluyendo la erosión costera, las inundaciones y la intrusión salina. Uno de los mecanismos para alcanzar dicho propósito consiste en la reforestación de los manglares de ese territorio.

“El gran problema de Batabanó es que fue construido sobre humedales, tanto manglares como bosques de ciénaga”, afirmó. “Y es un lugar que, por su baja isometría (altura del terreno), se inunda”.

Los cimientos del enclave se erigieron sobre una superficie endeble, con aguas de cuencas subsuperficiales que brotan al exterior ante la mínima intervención del mar, o del ser humano. Las paredes de Roselló se estremecen cada vez que un camión de carga pesada transita por la calle. Nada más por eso, su arquitrabe llegó a rajarse dos veces. “En otros pueblos, la gente abre pozos para tener agua. Aquí no hay pozos. Aquí abres cualquier hueco y ya tienes agua”, bromea ella.

Publicidad

Tras 500 años de intervención humana, el ecosistema pantanoso del entorno se ha degradado bastante. Frente al muelle ya no florece ninguna vegetación que pueda frenar la embestida de las olas. Solo hay un espigón y el muro del malecón como escudo. Soluciones “grises”, le llaman los expertos. Pero las áreas aledañas también denotan secuelas de la invasión del hombre, el detrimento de una posible solución “verde”.

bosques-cuba-deforestacion
Tras 500 años de intervención humana, el ecosistema pantanoso del entorno se ha degradado bastante.

A principios del siglo XX, por ejemplo, se construyó una carretera que zigzagueaba, casi paralelamente, junto a la silueta de la orilla. La vía conectaba a varias comunidades costeras y playas artificiales que se fueron creando con arena importada.

Siglos antes, los manglares servían de materia prima para la fabricación del carbón que alimentaba tanto los hornos caseros de La Habana colonial, como el motor de los barcos a vapor que navegaban hacia Nueva Gerona, la cabecera municipal de la Isla de la Juventud.

A menos manglar, más inundaciones

Hoy, las pocas playas sobrevivientes ostentan graves indicios de erosión, mientras que la carretera se encuentra sumergida a 50 metros de la costa, luego de tres reparaciones capitales que terminaron con la rendición de los ingenieros, en 1960, y la pérdida de franjas kilométricas de manglares, pues estas estructuras bloquearon el flujo natural entre la ciénaga y el manglar. Si se rompe esa interdependencia, la ciénaga no puede sobrevivir adecuadamente.

Cuando Guzmán llegó por primera vez al Surgidero, notó que ya no quedaba ninguna franja de mangle rojo (Rhizophora mangle) —la barrera más inmediata al mar y, también, la más resistente frente al oleaje—, sino mangle prieto (Avicennia germinans) en pésimo estado (esta especie suele crecer como una franja intermedia entre los mangles rojos y los bosques cenagosos).

“El no tener mangle rojo afecta las inundaciones, pues el agua penetra de manera mucho más rápida y violenta”, arguye Guzmán.“El Surgidero de Batabanó está por debajo del nivel del manglar. Entonces, no solo se inundan las calles del pueblo, sino que estas quedan anegadas durante una temporalidad mucho mayor”.

En otras comunidades cercanas como Playa Cajío, al oeste, el humedal y los manglares no pudieron evitar que el ciclón Ian inundara el pueblo, reveló el especialista, pero sí absorbieron el agua. En menos de 13 horas, Cajío ya estaba seco.

Otro efecto de la deforestación en este ecosistema costero es el desequilibrio que provoca en la fauna local: en ocasiones, ha terminado afectando la productividad de la industria pesquera con la desaparición de sitios tradicionales para el anidamiento de peces como la biajaiba, que antes constituía un producto rico exportable y la dieta principal de esa comunidad. Debido a esto y una mala praxis en la actividad pesquera, esta especie dejó de desovar en las cercanías marítimas y la industria local ya no puede procesarla.

El humedal funciona, además, como una franja protectora de agua dulce. Si este se degrada, explicó Guzmán, el cloruro de sodio de las aguas marinas se introduciría con mayor facilidad en las cuencas hidráulicas subterráneas, contaminando la potabilidad de este líquido e inhabilitando pozos ubicados a kilómetros tierra adentro. Si se regaran cultivos con esa agua contaminada, la clorosis afectaría la agricultura y dejaría la tierra inservible durante años.

“El fenómeno de la salinización es brutal”, dijo Guzmán. “La gente se percata, más que en la agricultura, cuando llega el agua salobre a la casa y no pueden tomarla. Un agua que trae consigo enfermedades renales y más. El humedal costero es el responsable de lograr retener, frenar o reducir este problema”.

Resiliencia verde

Por suerte, aún si se halla moribundo, no es imposible recuperarlo. El proyecto Manglar Vivo logró reforestar más de 3,300 hectáreas de mangle rojo entre 2014 y 2019. Sin embargo, los resultados no se verán hasta dentro de 20 o 30 años. “No tenemos una bola mágica”, lamentó Guzmán. “Lo que destruiste por tantos años, es difícil volver a recuperarlo”.

Las inundaciones, insistió otra vez, sí son casi inevitables. Lo mejor sería apostar, según él, por mecanismos de resiliencia que puedan hacer la vida más fácil, una mezcla de soluciones “grises” con “verdes”. Podrían limpiarse los canales de drenaje, que constantemente se tupen por basura o por montañas de rejos de langosta en las temporadas de pesca de ese marisco: eso no evitaría la penetración del mar, pero sí facilitaría que, cuando las surgencias hayan cesado, el agua retorne con eficiencia.

bosques-cuba-deforestacion-
El proyecto Manglar Vivo logró reforestar más de 3,300 hectáreas de mangle rojo entre 2014 y 2019.

También podrían levantarse más plataformas de concreto como las que ya existen en algunos barrios del Surgidero, sobre las cuales se erigieron caseríos enteros con decenas de inmuebles. Según Roselló, el gobierno ofreció esas casas a los residentes más expuestos a las inundaciones. Al parecer —dijo— el proyecto era más grande, pero luego fue interrumpido y todavía quedan habitantes viviendo cerca de la costa.

Otra opción sería terminar de “relocalizar” a la población tierra adentro; exactamente, hacia el pueblo casi homónimo de Batabanó, ubicado a tres kilómetros del Surgidero. Esta es una migración que estimula el gobierno a largo plazo. Al fin y al cabo, por los efectos del cambio climático, la línea costera seguirá retrocediendo lustro tras lustro. Los pronósticos de las Naciones Unidos apuntan a que, comunidades limítrofes de baja isometría como el Surgidero de Batabanó, terminarán convertidas, para el año 2,100, en pequeñas Atlántidas. O quizás no existan entonces tal y como las conocemos hoy.

Roselló dijo que las autoridades locales ya no permiten construir nuevas viviendas en el Surgidero, y que, en cambio, les han ofrecido casas nuevas en Batabanó a varios lugareños. La idea es reservar el enclave costero para labores portuarias e industriales. Así lo lleva escuchando ella desde que era una niña.

Aun así, mucha gente no quiere irse del Surgidero. Roselló es una de ellas: “Nunca he pensado en irme. Yo vivo en una zona alta, no cojo tanta agua y ya creé mis condiciones aquí”, dijo. “Además, en Batabanó hay mucha tierra colorada. Y la del Surgidero es prieta”, bromeó.

Pero antes de habitar en semejante altura, pasó sus primeros 29 años en la casa materna, media cuadra más abajo. Y allí experimentó bastantes veces la sensación del agua al pecho en medio de un ciclón y las evacuaciones de madrugada. Aquel hogar primigenio era una esponja situada a un nivel por debajo de la acera. Al primer nubarrón que se asomara en el cielo, la inundación era predecible. Tanta agua sorbió la esponja, que sus cimientos fueron deteriorándose. Su padre, entonces, decidió construir, por esfuerzo propio, una nueva casa en otro solar, esta vez más elevada.

La familia se mudó en 1993. Su hermana mayor se quedó en el antiguo hogar que, a los pocos años, como no aguantaba una sacudida más, el gobierno acabó por demolerlo y rellenó el terreno de concreto hasta que este superó la altura de la acera, y después, reconstruyó el inmueble.

Probablemente, estas dos casas sobrevivan a las tormentas venideras, si bien medio pueblo continúe sumergiéndose ante las lluvias fuertes o una subida repentina de las mareas. Será así, al menos por ahora. Tarde o temprano, el mar tomará de vuelta su tierra prestada.

Newsletter

Únete a nuestra comunidad. Te mandaremos una selección de nuestras historias.

Publicidad

Publicidad