La masacre fue llevada a cabo por milicias libanesas cristianas mientras las tropas israelíes cercaban la zona y controlaban su acceso. Durante varios días, estas milicias llevaron a cabo una serie de asesinatos masivos, violaciones y torturas contra los residentes palestinos en estos campos. El número de víctimas varía según las fuentes, pero se estima que miles de palestinos, en su mayoría civiles, murieron en esta masacre.
Este ataque provocó una condena internacional y un gran escándalo. Israel fue criticado por permitir que las milicias libanesas cometieran estas acciones en un área bajo su control, y resultó en una presión internacional significativa para poner fin a su ocupación en Beirut occidental. El entonces Ministro de Defensa de Israel, Ariel Sharon, fue considerado responsable político de la masacre y se vio forzado a dimitir.
La segunda incursión fue en 2006. Después de la retirada de Israel en 2000, persistieron desacuerdos sobre la delimitación de la frontera y el estatus de la región de una región conocida como las Granjas de Shebaa, en la frontera. Por ello, Hezbollah asesinó a tres soldados israelís y secuestró a dos más, exigiendo la liberación de prisioneros chiíes en Israel a cambio de ellos.
En respuesta, Israel bombardeó el aeropuerto de Beirut, sus barrios y bloquearon la vía marítima, provocando un conflicto que duró 34 días y acabó con la vida de 1,300 libaneses y 165 israelíes.
Pero, como escribió el periodista Guillermo Altares para El País , en ambos casos el ejército israelí ganó las batallas, pero no la guerra. “La derrota de la OLP en Beirut no hizo desaparecer la idea de un Estado palestino”.
Altares escribió que muchos elementos se repiten en estos conflictos, como la amenaza de una escalada bélica en Medio Oriente, el enorme sufrimiento de los civiles y los bombardeos indiscriminados contra objetos no militares. “Las guerras no se parecen, pero los errores se repiten. Mientras, lo único que no cambia sobre el terreno es la acumulación de muerte, destrucción y odio”.