Un ejemplo de ello es el caso "Metástasis", que evidenció los vínculos entre el narcotraficante Leandro Norero —asesinado en 2022 en una cárcel— con políticos, jueces, policías, fiscales y un exdirector del órgano a cargo de las prisiones (SNAI).
Durante el gobierno de Lenín Moreno (2017-2021) se eliminó el ministerio de Justicia y Derechos Humanos, que administraba las cárceles. Entonces se creó el SNAI, que no ha logrado frenar la violencia pese a estados de excepción que permiten la militarización de las cárceles.
"Esto dio mucho más acercamiento a los policías con las mafias narcodelictivas", sostiene Zumárraga.
"El Estado perdió totalmente el control de las cárceles, ya ni siquiera los guías (penitenciarios) estaban entrando ahí", añade.
Según Zumárraga, en más de una decena de masacres, la Fiscalía no ha investigado a quienes permiten el ingreso de modernos fusiles, granadas y miles de municiones.
3. Cuestión de supervivencia
Una cárcel ecuatoriana es casi una sentencia de muerte. Quienes ingresan por delitos ajenos al crimen organizado terminan muertos en masacres o se vinculan a bandas para poder sobrevivir.
La lentitud de la justicia también satura las ya hacinadas prisiones.
En algunas de las matanzas carcelarias, que figuran entre las peores de Latinoamérica, hubo "casos de personas que ya tenían (el derecho a) la boleta de libertad, (pero las autoridades) no la habían emitido y fueron masacradas", expresa Zumárraga.
Los presos además terminan tatuados con los símbolos de las bandas que controlan sus patios, y luego asesinados por sus rivales.