Se dirigió a los periodistas, vestido con una chaqueta y un sombrero que le tapaba las secuelas de la intervención, junto a su esposa Rosangela 'Janja' da Silva.
El último periplo hospitalario de Lula comenzó el lunes cuando se quejó de dolores de cabeza.
"Sentía que mis pasos se ralentizaban, tenía los ojos enrojecidos y mucho sueño", dijo.
Una tomografía detectó una "hemorragia intracraneal" y fue trasladado de emergencia al Hospital Sirio-Libanés, el mejor centro de salud del país.
"Como pensaba que estaba curado, confieso que me asusté por el volumen de crecimiento del líquido en mi cabeza. Quedé preocupado por la urgencia del pedido para venir" al hospital, dijo el presidente.
"Nunca pienso que voy a morir, pero tengo miedo, entonces necesito cuidar la disciplina, (...). Estoy tranquilo, me siento bien", añadió, señalando que no viajará a la playa para pasar las fiestas de fin de año, un hábito de muchos brasileños.
La hemorragia que obligó a su hospitalización es producto de la caída que sufrió el 19 de octubre, en la que se golpeó la parte trasera de la cabeza.
En ese momento recibió puntos de sutura y se sometió a evaluaciones periódicas durante varias semanas.
Pero retomó su rutina, con una agenda especialmente cargada que incluyó la recepción de los líderes del G20 en una cumbre en Rio de Janeiro el 18 y 19 de noviembre.