OPINIÓN: Un año de claroscuros en política exterior
Nota del editor: Horacio Vives Segl es Licenciado en Ciencia Política por el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y doctor en Ciencia Política por la Universidad de Belgrano (Argentina). Es profesor del Departamento Académico de Ciencia Política del ITAM y Miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad del autor.
(Expansión)— El cuarto año del gobierno de Enrique Peña Nieto se caracteriza por una gestión deficiente, lo que se ve claramente reflejado en dos indicadores puntuales: los malos resultados para su partido en las elecciones celebradas en la mitad del país el pasado 5 de junio, en las que perdieron siete gubernaturas , y las recientes encuestas sobre la aprobación presidencial, en las que se reporta que, desde que se realizan dichos ejercicios de medición, nunca un presidente mexicano había caído a niveles tan bajos .
Si bien en política exterior hay algunos aciertos y puede considerarse que está por encima del promedio de las áreas de la actividad gubernamental, tampoco queda exenta de resultados deficientes, al ser, por una parte, reflejo de lo que ocurre internamente, a lo que hay que sumarle, específicamente, la ausencia de directrices claras en ese frente.
Año cuatro, baraja nueva
En lo que va de la administración, al frente de la Cancillería han estado dos externos, en contraste con el gobierno anterior. Los primeros tres años, correspondieron al siempre competente José Antonio Meade. El segundo nombramiento compensaba la inexperiencia en el ramo de la nueva secretaria con su cercanía al inquilino de Los Pinos. De manera sincrónica, la gestión de Claudia Ruiz Massieu al frente de Relaciones Exteriores coincidió con el ataque a turistas mexicanos en septiembre de 2015, que dejó heridos y muertos en Egipto. Como se sabe, tras las gestiones del gobierno mexicano, su contraparte egipcia aceptó en mayo otorgar una indemnización a los familiares de las ocho víctimas mexicanas.
Su nombramiento se desprendió de los cambios en el gabinete que el presidente realizó a mitad de su mandato y que, a lo largo del cuarto año, tuvo un impacto directo en posiciones clave del servicio exterior: así, por ejemplo, el exsecretario de Agricultura, Enrique Martínez, fue nombrado embajador en Cuba, además de importantes reasignaciones y nombramientos de cónsules y embajadores ante organismos regionales; lógica distinta al caso del nombramiento del embajador mexicano en Washington, donde, tras varios (¿demasiados?) meses sin titular, por el ingreso de Eduardo Medina Mora a la Suprema Corte, había quedado Miguel Basáñez al frente de la embajada (de septiembre de 2015 a abril de 2016), para ser luego relevado por Carlos Sada, con el argumento de que, ante el incremento del discurso anti-mexicano del entonces precandidato republicano Donald Trump, era imperante un cambio de perfil.
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Aquí hay un tema polémico. Mucho se ha señalado que el gobierno mexicano no reaccionó sino hasta tiempos recientes, y no al principio (hacia junio de 2015), cuando Trump anunció su intención de ser candidato a la presidencia de Estados Unidos.
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México en el mundo, el mundo en México
Hace no muchos años, México era foro de diversos acontecimientos de relevancia global. Por citar algunos, el país fue sede la conferencia mundial sobre VIH-SIDA, en julio de 2008; de la Cumbre sobre Cambio Climático COP-16, en 2010, y anfitrión en 2012 del encuentro de los líderes de las 20 economías más grandes del planeta, el G-20, en Los Cabos. Nada de esa magnitud en tiempos recientes. El país va perdiendo fuerza.
Durante los últimos 12 meses, dentro de lo más relevante que se puede contar, está —tras cinco años de negociaciones— la firma en febrero en Auckland, Nueva Zelandia, del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) , el cual reúne a 12 países que representan el 40% de la economía mundial y que tiene como principal propósito construir un muro de contención para China en el Pacífico, y la Cumbre de Líderes de Norteamérica , celebrada en Ottawa, Canadá, en junio. De ésta última se trajo el acuerdo —no menor— de levantar la visa para que los mexicanos podamos visitar ese país , y algunos pocos acuerdos más, como el compromiso para que México, Estados Unidos y Canadá produzcan el 50% de energía eléctrica de fuentes limpias en 2025. De manera lamentable —y, eso sí, en abundancia—, quedó para las redes sociales el “anecdotario” de la visita.
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Algo que se ha criticado al país es su posición en foros internacionales ante determinados temas. Ciertamente, se deben de respetar principios y conductas como la soberanía, no injerencia y autodeterminación de los Estados. Pero el avance autoritario en contra de libertades democráticas que se ha producido en últimas fechas en Venezuela amerita, definitivamente, posiciones más proactivas. En ese sentido, hace apenas unos días, el representante de México ante la OEA, Luis Alfonso de Alba, denunció —correctamente, a mi juicio— la indebida y antidemocrática destitución de diputados opositores en Nicaragua. A manera de ejemplo, considero que es ese tipo de posiciones más proactivas lo que México requiere para recuperar, al menos, el liderazgo regional y mundial con el que contaba hace unos años.