OPINIÓN: Secretario Tillerson, este no es el momento de retirarse
Nota del editor: Aaron David Miller es vicepresidente y académico distinguido del Centro Internacional para Académicos Woodrow Wilson , así como autor del libro The End of Greatness: Why America Can't Have (and Doesn't Want) Another Great President. Miller fue negociador en Medio Oriente en presidencias estadounidenses demócratas y republicanas. Síguelo en Twitter como @aarondmiller2 . Richard Sokolsky es investigador senior no residente del Fondo Carnegie para la Paz Internacional. Trabajó más de tres décadas en el Departamento de Estado de Estados Unidos y entre 2005 y 2015 fue miembro de la Oficina de Planificación de Políticas de la dependencia. Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente a los autores.
(CNN) — A finales de julio, en el Foro de Seguridad de Aspen corrió el rumor de que el secretario de Estado de Estados Unidos, Rex Tillerson , estaba pensando seriamente en renunciar , tal vez no de inmediato, pero para finales de este año.
Sin embargo, el portavoz del Departamento de Estado, R. C. Hammond, dijo en entrevista para el sitio web Politico que la idea de renunciar "no le ha pasado por la cabeza".
Hemos escrito varios artículos sobre las penurias de Tillerson; algunas han sido autoinfligidas, pero la mayoría son consecuencia innegable de las declaraciones y tuits asombrosamente temperamentales y perjudiciales del presidente de Estados Unidos, que han arruinado la maquinaria de la política exterior.
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En efecto, Tillerson la ha pasado mal. Hemos trabajado en Secretarías de Estado, hemos visto secretarios ir y venir y nunca habíamos visto algo como esto. Usualmente, el presidente designa al secretario de Estado para que sea su voz y el depósito esencial de la autoridad en política exterior.
Sin importar si el presidente opta por dar poder parcial (Hillary Clinton) o total (Jim Baker) al principal diplomático del país en las cuestiones importantes, este secretario es el asesor principal del presidente en política exterior.
Este no es el caso. Los asesores políticos de la Casa Blanca ayudan a moldear las iniciativas clave; además, según Politico , rechazan al personal que Tillerson escoge y lo socavan con filtraciones e indirectas. Además, Trump suele improvisar en las relaciones con líderes clave y pocas personas (si es que hay alguna) están al tanto de sus planes.
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Entendemos por qué Tillerson podría sentirse frustrado. Sin embargo, también opinamos, respetuosamente, que aunque el juego esté arreglado, Tillerson no debería renunciar. Estas son las razones.
No hay una explicación convincente
A lo largo de la historia de Estados Unidos, algunos secretarios han dejado su cargo pronto. Sin embargo, solamente tres han renunciado por cuestiones de principios y en los pasados 100 años, solo uno (Cyrus Vance) renunció en protesta. El punto es que la secretaría de Estado es el segundo mejor cargo del gobierno, el menos politizado y el más prestigioso del gabinete. Las razones por las que unos cuantos renunciaron son muy convincentes.
Para renunciar, Tillerson necesitaría una razón muy poderosa que no solo tenga sentido para él, sino que también proteja su reputación y su credibilidad. Vance renunció porque se oponía profundamente a que Carter emprendiera una misión para rescatar a unos rehenes estadounidenses en Irán que estaba prácticamente condenada al fracaso.
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Sentirse frustrado con la burocracia, descontento por el estilo de gobierno del presidente o resentido porque la Casa Blanca no lo deja trabajar no son razones que justifiquen renunciar a este cargo.
En este momento, con base en todo lo que sabemos, Tillerson sencillamente no tiene una razón. Una renuncia temprana, particularmente en el caso de un tipo que aceptó el cargo afirmando que quería servir a su país, dañaría su reputación y daría un colofón triste a su paso por el Departamento de Estado.
Es demasiado pronto
Es cierto que los titulares sobre Tillerson no lucen bien. A pesar de que tiene mucho contacto con Trump y que fue una de las personas a las que este eligió para asistir a la reunión con Putin en el marco de la cumbre del G-20, no parecerá que tiene mucha influencia si Trump no deja en claro que Tillerson es su asesor principal en ciertos asuntos y si Tillerson no da el paso al frente para hacerse cargo de ellos.
A pesar de todo, es demasiado pronto. La presidencia no se ha enfrentado a una crisis que requiera de todos sus recursos y atención constante. Además, Tillerson (al menos en teoría), tiene los contactos con líderes clave, la sensibilidad internacional y la mentalidad de negociador necesaria para hacerle frente. Sin importar lo frustrantes que hayan sido los primeros seis meses, es muy poco tiempo para adivinar qué sigue, ya no digamos para pensar que es hora de partir.
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Es poco probable que Tillerson, como ha ocurrido con la mayoría de los secretarios de Estado, sirva un segundo mandato, si es que este presidente lo tuviera. Y como pudimos ver con la salida de Alexander Haig, el secretario de Estado de Ronald Reagan (que se debió en gran medida a pugnas con el entonces secretario de Defensa, Caspar Weinberger), hay precedentes secretarios de Estado que han renunciado después de un año en el cargo.
Darle una oportunidad a la secretaría
Tillerson cuenta con un pequeño ejército para apagar incendios diplomáticos y para manejar crisis. Pero como en el caso de cualquier buen general, el éxito de la misión depende de que delegue y de que confíe en sus subordinados.
Tillerson no solo se ha visto debilitado desde arriba; tampoco le han respondido bien los de abajo, pero esto es culpa suya. El secretario está desperdiciando su activo más valioso: la gente inmensamente talentosa, inteligente, experimentada, trabajadora y capaz que compone las filas de la secretaría.
Les tenemos una noticia: la burocracia de la secretaría no es el enemigo, así que Tillerson debería dejar de tratarla como tal. Está tratando de dirigir la dependencia de una forma muy centralizada y firmemente controlada, como lo hizo Jim Baker.
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A Baker le funcionó porque tenía empuje en su círculo íntimo. Tillerson no tiene la misma suerte. Lo que debería hacer es emular el modelo de dirección más descentralizado e incluyente de George Shultz, quien permitió que los otros altos funcionarios de la dependencia tomaran la iniciativa y los apoyaba al 100% aunque se equivocaran.
Si Tillerson les da a estos funcionarios la autoridad, el apoyo y las herramientas que necesitan para hacer su trabajo, lo ayudarán y ayudarán a que la dependencia sea más efectiva.
Su sucesor podría ser peor
Aunque Tillerson ha sido poco efectivo a veces, no se puede asumir que las cosas no podrían empeorar con una nueva dirección. A pesar de todos sus tropiezos, el secretario de Estado ha acertado en algunas cosas importantes.
Ha ayudado, por ejemplo, a dar confianza a los aliados de Estados Unidos, particularmente Japón y Corea del Sur , respecto a los compromisos de Estados Unidos en cuestiones de defensa. Ha desarrollado una relación buena con el secretario de Defensa, James Mattis, y en algunas cuestiones ha moderado algunos de los peores instintos de Trump, como retirarse del tratado nuclear con Irán (aunque ha perdido en otros, como el retiro de Estados Unidos del acuerdo de París sobre el cambio climático).
También se ha mostrado firme respecto a la permanencia de las sanciones existentes contra Rusia, lo que tal vez haya servido para endurecer la determinación de Trump.
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No hay garantías de que su sucesor se porte bien con los demás, que apacigüe a los aliados en vez de arrojarles bombas o que recurra a la diplomacia, al compromiso y al diálogo con países complicados en vez de adoptar posturas de confrontación que tienen pocas probabilidades de éxito y que representan un gran riesgo de que las cosas empeoren.
A quienes le desean a Tillerson una jubilación pronta y feliz les decimos que tengan cuidado con lo que desean, particularmente si su sucesor es de ideologías más fijas, más combativo y menos pragmático que Tillerson, quien es más equilibrado.
El ego de Tillerson no es pequeño. No quiere ser la respuesta a una pregunta de trivia respecto a qué secretario de Estado de la era moderna tiene el récord de haber ocupado el cargo menos tiempo. Gracias a sus años de experiencia como negociador de clase mundial, tendrá la intuición para saber cuándo mantener la apuesta o cuando retirarse del juego. Este no es el momento de retirarse.
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