OPINIÓN: Bannon les cambió la jugada a los liberales
Nota del editor: Mark Bauerlein es profesor de Inglés en la Universidad Emory, editor sénior de la gaceta First Things y autor del libro How the Digital Age Stupefies Young Americans and Jeopardizes Our Future; Or, Don't Trust Anyone Under 30. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas de su autor.
(CNN) — Cuando los productores de la televisora estadounidense CBS invitaron a Steve Bannon, exjefe de estrategia de Donald Trump, para su primera entrevista con lo que Bannon llama con cierto desdén "prensa tradicional", tal vez ansiaban tener la oportunidad de revelar al estratega siniestro que creen que es.
Y lo lograron… en parte.
Sí, Bannon dio la impresión de ser un estratega implacable. ¿Pero malicioso, fanático o idiota? Para nada.
¿Quién más podría decir que el "pantano", el aparato político de Washington D. C. al que Trump vilipendió durante su campaña, es un "modelo de negocios exitoso"? Eso es lo que Bannon hizo este fin de semana en su apasionada entrevista con Charlie Rose en el programa 60 Minutes . Después de todo, dijo, "siete de los condados más importantes y ricos de Estados Unidos están alrededor de D. C.".
Se necesita tener una inteligencia apolítica extravagante para ver así la realidad de esta región, particularmente cuando ninguno de los que forman parte de ella quiere que lo digan en voz alta. Pero esa astucia impertinente sirve para explicar por qué el tornado político que Bannon llevó a la campaña de Trump, el año pasado, tuvo éxito y no terminó en el colapso que casi todas las voces de la "sabiduría política" esperaban.
Seguramente lo vieron hablar el domingo 10 de septiembre y pensaron que un tipo sin gracia y tan complicado, sin experiencia, era justo el hombre que tenía que acompañar al candidato que nunca debió llegar a las elecciones primarias.
El hombre hizo referencia a una frase de La pandilla salvaje, esa película western de 1969 que culmina con el tiroteo más largo y sangriento de la historia del cine. (William Holden la dice justo antes de ese gran tiroteo al final. "Si estás del lado de un hombre, estás de su lado, ¿está bien? En las buenas y en las malas. Puedes criticarlo en privado, pero cuando estás de su lado, tienes que estar de su lado").
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Esto es precisamente lo que los conservadores sociales y religiosos han estado esperando desde que Ronald Reagan se fue: alguien que le cambie la jugada al desprecio y a la condescendencia de los liberales.
Hillary Clinton llenó su "canasta de deplorables" con hombres blancos estúpidos y llenos de fobias; los líderes demócratas y las celebridades de izquierda se les unieron alegremente. Bannon responde inteligentemente con uno de los términos liberales favoritos del momento: "El presidente Trump le saca el tapón a la izquierda y no pueden manejarlo racionalmente".
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Los conservadores también están hartos de los juicios de la prensa. Rose lo desafió repetidamente, pero Bannon contestaba a las bromas quejumbrosas del conductor con una broma sobre "la prensa tradicional que se da golpes de pecho".
Rose tiró a matar con las acusaciones solemnes sobre los comentarios que Trump hizo después de lo de Charlottesville, que aparentemente incitaron a los neonazis y a los supremacistas blancos. Sin embargo, Bannon les restó importancia y dijo que esos grupos pequeños eran "irrelevantes", con lo que dio a entender que el liberalismo debe estar en muy malas condiciones si tiene que elevar a unos cuantos miles de personajes marginados a la categoría de fuerza política nacional para justificar su indignación.
Esa táctica ha servido para intimidar a los líderes republicanos desde hace años, desde luego, y ha causado frustración a los electores de derecha. Pero a Bannon simplemente no le importa y lo reconoce: "No me importa lo que digan. Pueden decirme antisemita, pueden decirme racista…", siempre y cuando Trump encabece la agenda. Esa es la libertad de un hombre que no tiene nada que perder, que no busca patrocinios y que desprecia la reputación.
El descuido es tanto de los demócratas como de los republicanos. En 1999, John McCain fascinó a los periodistas con su "expreso de la franqueza", pero el equipo de campaña de Bush lo derrotó en Carolina del Sur, gracias, entre otras cosas, a las acusaciones de que había olvidado a los veteranos de guerra.
Esto es lo que Bannon dice francamente sobre esos "genios" de la presidencia de George W. Bush: "Desprecio a esa gente, los desprecio total y completamente"; asentía con la cabeza mientras Rose mencionaba a Condoleezza Rice, a Colin Powell y a Dick Cheney. Ningún demócrata había sido tan franco en sus opiniones sobre los arquitectos de Iraq.
Además, tampoco dejó fuera el viejo ataque liberal contra la postura hipócrita de los conservadores. Cuando Rose le preguntó cómo siendo católico devoto podía oponerse a apertura de la Iglesia en el tema de la inmigración; Bannon replicó, citando al cardenal Dolan de Nueva York: "a los obispos les interesa la inmigración ilimitada por cuestiones económicas". Los recién llegados llenan las iglesias.
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Esto es juego político rudo, el mismo que la izquierda ha jugado incansablemente desde que "lo personal es político" se volviera un axioma hace medio siglo. La llegada de Donald Trump y su malhumorado brazo derecho, Steve Bannon, pone a los equipos en igualdad de circunstancias.
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