OPINIÓN: 2017, el año en el que nos apartamos un poco más
Nota del editor: Nic Robertson es editor de CNN para asuntos diplomáticos internacionales. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas de su autor.
(CNN) — ¿Acaso la distancia entre nosotros está creciendo pese a que el mundo se está volviendo más pequeño?
Parece que en 2017 viajamos a la deriva, hacia un mundo menos conocido. Parece que las divisiones aumentan, en todos los niveles. Demócratas contra republicanos, sunitas contra chiitas, islamistas militantes contra todos, catalanes contra españoles, partidarios del brexit contra detractores, nacionalistas contra liberales. Parece que a cada paso nos piden que tomemos partido.
No llegamos a esto por accidente. Los vientos políticos —ahora fortalecidos por el incremento de los líderes de estilo autocrático— han estado cambiando y moldeando el discurso en todo el planeta.
Hemos seguido esta trayectoria, amplificada por las redes sociales, desde hace mucho tiempo. Pero en 2017, esta situación realmente va viento en popa.
No hay una sola causa. Vivimos en una era en la que hay más cosas que la propician. No es una tormenta perfecta, sino una mala racha que o superamos o nos hará naufragar.
Es probable que esto nos obligue a ver las señales de advertencia y actuar. Si no, los líderes autocráticos del mundo, cada vez más abundantes, se centrarán en sus propios proyectos e ignorarán las divisiones peligrosas que están creando.
Cada uno de estos líderes recurre a métodos camaleónicos: se disfrazan de marginados, ofrecen una alternativa edulcorada y se aprovechan de las tendencias populares.
Tal vez no haya nada nuevo en esto: de hecho, habrá quienes digan que la política siempre ha sido así. Sin embargo, parece que este año ha sido diferente.
Los nuevos personajes en escena son Donald Trump, presidente de Estados Unidos, y Mohamed bin Salmán , príncipe heredero al trono saudí. Cuando los saudíes recibieron a Trump en Riad con una alfombra roja, hace unos meses, pocas personas habrían predicho la velocidad con la que ambos estremecerían a una región ya de por sí polarizada.
A unos meses de esa visita, Arabia Saudita y sus aliados del golfo Pérsico se pelearon con Qatar. La disputa por el apoyo al terrorismo y el presunto financiamiento de partidos islamistas de parte de Qatar se ha estado gestando desde hace años. Sin embargo, la simbiosis de intereses comunes con Estados Unidos (principalmente la contención de Irán) generó divisiones más allá de la región. Los saudíes y su aliado, Emiratos Árabes Unidos, les exigieron a los países ajenos a la región que tomaran partido. Como Estados Unidos respaldó a Arabia Saudita en respuesta a la aparente influencia creciente de Irán en Iraq, Siria y Líbano, el conflicto entre sunitas y chiitas se ha agravado. El primer ministro de Líbano, Saad Hariri, quedó embrollado en todo esto: viajó a Arabia Saudita, renunció y luego regresó a Líbano para retractarse. Esto es un indicio de que el poder de bin Salmán crece, aparentemente con la venia de Trump.
Si a eso le agregamos que Trump reconoció hace poco que Jerusalén es la capital de Israel, las tensiones que llevaban tanto tiempo contenidas llegaron al punto de ebullición.
OPINIÓN: ¿La decisión de Trump sirve para que la paz sea probable?
La única forma de impedir que esto se salga de control sería trazar un plan de paz que Trump no ha revelado, pero que se cree que ya ideó junto con bin Salmán.
Por otro lado, Irán ha estado influyendo silenciosamente en la región y consolidando su influencia y control en Siria e Iraq, lo que agrava los temores viscerales de bin Salmán sobre una teocracia expansionista que no solo haga sombra sobre la influencia regional que busca para sí, sino que ponga de relieve su temor de que algunas de las amenazas más grandes a su poder se estén acercando demasiado.
Tal mezcla de temores tóxicos, a los que ahora se suma el enfoque nacionalista de Trump, corroen y dividen al extremo.
No es la única región en la que el deseo populista nacionalista de Trump facilita, tal vez sin quererlo, que las divisiones aumenten en el extranjero. Sin embargo, no es el único responsable de que cada vez haya más espacio entre nosotros.
Kim Jong Un, líder de Corea del Norte, se ha vuelto más desafiante conforme busca alcanzar su meta de desarrollar misiles balísticos intercontinentales capaces de llevar una ojiva nuclear al Estados Unidos continental.
En Turquía, el presidente Recep Tayyip Erdogan se adjudicó casi todos los poderes de su país este año y se está consolidando a la fuerza en su país y en la región. Su proyecto de incorporar a su país a la Unión Europea prácticamente está acabado, no solo porque pidió que se reinstaurara la pena de muerte, que la Unión Europea condena, sino por las objeciones específicas de Europa a su maniobra de enviar ministros a Holanda, Alemania y Francia a participar en mítines divisivos.
La influencia y el poder de Xi Jinping, líder de China, ha crecido, orquestada y sancionada por su Partido Comunista. Al ejercitar sus músculos militares en el extranjero, está intensificando las tensiones y el temor en Asia. Todo indica que una China más asertiva está por venir.
Luego tenemos a Vladimir Putin, de Rusia. Él ha estado en esto más tiempo que los demás y ya no necesita ocultar sus intenciones ahora que coinciden con el interés nacional de Rusia. Como controla gran parte de los medios de comunicación rusos, adapta la imagen a sus necesidades. Su presunta intervención en la interferencia rusa en las elecciones estadounidenses es una brasa que provoca gran parte de las divisiones en Estados Unidos. A un año de las elecciones, parece que Trump todavía no acepta lo que muchos de sus expertos consideran un hecho. Es extremadamente raro que haya divisiones de esta magnitud en la Casa Blanca.
La disidencia y las divisiones no son parte del guion que Putin está implementando en su país, pero su intervención en Siria (que no ha terminado) puede afianzar el sentimiento nacionalista en Europa.
El éxodo de refugiados sirios que buscan una vida mejor en Europa ha sido uno de los principales motores del resurgimiento del nacionalismo populista de Austria a Hungría, de París a Berlín; además, fue uno de los temas más importantes de la campaña a favor de la salida de Reino Unido de la Unión Europea.
Angela Merkel, la canciller de Alemania, y Emmanuel Macron, presidente de Francia, triunfaron sobre los candidatos nacionalistas, pero sus victorias han sido huecas, no solo porque los nacionalistas están cobrando auge, sino porque estas dos potencias económicas de Europa están divididas respecto a su futuro. Si el nacionalismo no hubiera hecho acto de presencia, tal vez tendrían más margen político para maniobrar.
Las tendencias que nos trajeron hasta aquí eran evidentes antes de 2017. Sin embargo, los males que auguraban empezaron a hacer metástasis este año.
Tomemos por ejemplo al brexit, que desde hace años contaba con el respaldo de populistas como Nigel Farage, cuyas acciones sacaron de la apatía a un electorado dormido. Sin embargo, su labor de años no solo desató un debate político feroz, sino que despertó las tensiones en las familias y en los medios de comunicación en Reino Unido. El populismo carismático de Farage, que fomentó las divisiones en Reino Unido, ha perdurado.
Este año, el brexit y las negociaciones correspondientes han dividido aún más a Reino Unido. En Escocia, Gales, Irlanda del Norte e incluso en Londres, hay posturas diferentes respecto a cómo debería ser la relación del país con la Unión Europea. Estas divisiones amenazan la unión a la que Theresa May defendió apasionadamente cuando asumió el cargo hace un año. Aunque ella no entra en el modelo camaleónico (de hecho es todo lo contrario, es la hija sobria, sólida y confiable de un predicador), ha estado promoviendo el brexit y, pese a todos sus esfuerzos, ha expuesto las divisiones que privan entre Reino Unido y Europa.
La mayoría de los países más importantes de la Unión Europea saben que Reino Unido nunca estuvo del todo convencido de pertenecer a la unión. Hasta que el brexit se concrete, existe el riesgo de que las divisiones entre familias y países sean álgidas.
Lee: El Nobel de Economía 2017 duda que el 'brexit' termine bien
El planeta no se está volviendo más grande y estamos llenándolo cada vez más rápido. La finitud de los recursos se traducirá, a final de cuentas, en prosperidad finita.
La intención del acuerdo de París para el clima, del que Trump se retiró espectacularmente este año, era ser el primer contacto mundial importante con la realidad, reconocer que tenemos que cerrar las brechas que nos separan, entendernos y encontrar cosas en común, no diferencias y divisiones.
Enterrar la cabeza en la arena del populismo, del nacionalismo y las divisiones no detendrá el declive inevitable de la prosperidad.
Si antes parecía que estos líderes camaleónicos y sus políticas estaban muy lejos, 2017 nos ha hecho ver a dónde nos están llevando.
Si los líderes mundiales no combaten las divisiones y no pasan por alto las diferencias políticas, religiosas, de raza o de orientación, si no ven más allá del nacionalismo y empiezan a tender puentes en vez de quemarlos, el espacio que nos separa seguirá creciendo.
Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión