OPINIÓN: Trump le pica los ojos dos veces a China
Nota del editor: David A. Andelman es investigador visitante del Centro para la Seguridad Nacional de la Escuela Fordham de Derecho y director de su Red Lines Project. También colabora con CNN y escribe artículos para el diario estadounidense Usa Today. Escribió el libro A Shattered Peace: Versailles 1919 and the Price We Pay Today. Fue corresponsal extranjero del New York Times y corresponsal de CBS News en Asia y Europa. Síguelo en Twitter como @DavidAndelman . Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas de su autor.
(CNN) — Donald Trump se está preparando para picarle el ojo por segunda vez a China y a su nuevo presidente vitalicio, Xi Jinping. El jueves 22 de marzo, impuso 50,000 millones de dólares en aranceles poco convenientes contra un país muy capaz de responder con su propia guerra arancelaria. La semana pasada, el primer piquete de ojo fue una nota de la Casa Blanca, compuesta por dos simples frases. Entre la promulgación de tres leyes con las que se cambia el nombre de las oficinas de correos, Trump promulgó la Ley de viajes a Taiwán, en la que se fomentan "las visitas de funcionarios de Estados Unidos y Taiwán en todos los niveles".
Básicamente, esta ley permite que el presidente de Taiwán y otros altos funcionarios, que no tenían permitido visitar Estados Unidos desde hacía cuatro décadas, viajen a ese país en giras oficiales; además, los altos funcionarios estadounidenses ahora también pueden viajar a Taiwán.
Aunque el régimen arancelario es una de las principales preocupaciones en Wall Street y en Shanghái, la Ley de viajes a Taiwán pasó casi desapercibida en Washington, mientras que causó grandes inquietudes en Beijing, cuyos líderes estaban al borde del infarto. Desde el podio del Congreso Popular Nacional, que le dio el derecho de fungir como presidente de por vida , Xi proclamó, iracundo: "Cualquier acto para separar al país está destinado al fracaso. Serán blanco de las condenas del pueblo y la historia los castigará". Luego, reiteró la intención inmutable de su país de mantener la política de una sola China.
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Desde hace décadas, tanto Taiwán como Estados Unidos habían aceptado tácitamente esta política, ciertamente desde 1979, cuando el entonces presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, estableció relaciones diplomáticas con China. En ese entonces, el Congreso estadounidense estableció unas pautas para las relaciones entre ambos países, en las que restringió las visitas de alto nivel de los líderes de Taiwán y Estados Unidos. Sin embargo, cuando la nueva presidenta de Taiwán, Tsai Ing-Wen, asumió la presidencia el año pasado, repudió efectivamente el concepto de dos Chinas y causó una intensificación repentina de las tensiones entre Taiwán y la China continental. Ahora, tras la promulgación de esta nueva ley, los países a ambos lados del estrecho de Taiwán juegan a esperar: ¿cuándo será la primera visita de Tsai a Washington y qué conllevará?
Además de los 50,000 millones de dólares en aranceles que está listo para imponer a los productos y la propiedad intelectual chinos, Trump está acercándose peligrosamente a dos de los tres temas polémicos en sus tratos con China.
Dos altos funcionarios taiwaneses apenas pudieron contener su entusiasmo al decirme, en un almuerzo hace unos días, que la Ley de viajes a Taiwán es un paso enorme hacia la contención de una China decididamente nacionalista. "Taiwán no debería llevar solo la carga de la paz y la estabilidad mientras se pasa por alto que Beijing también es responsable", dijo Brian Su, director general adjunto de la Oficina de Economía y Cultura de Taipéi en Nueva York.
"La presidenta Tsai ha tenido cuidado en las relaciones con la China continental y ha pedido que se entable un diálogo desde que asumió la presidencia. Pese a todo, Beijing sigue negándose a reanudar las pláticas con Taiwán y sigue amenazando a Taiwán volando aviones cerca del espacio aéreo taiwanés, entre otras provocaciones". China se mostró indiferente ante las objeciones y considera que dichos ejercicios son parte de su "programa de modernización de las fuerzas armadas".
Trump empezó a usar a Taiwán para provocar a China, país al que ha seducido y atacado alternativamente, desde antes de que asumiera la presidencia. En diciembre de 2016, en una maniobra al parecer cuidadosamente coreografiada, Trump, entonces presidente electo, aceptó una llamada de felicitación de Tsai. Fue la primera comunicación entre los líderes de ambos países desde 1979.
Una de las personas que defendieron ferozmente este acto y que promovió la adopción de una postura más firme contra China y a favor de Taiwán fue Peter Navarro, quien ahora trabaja como asesor y a quien se considera uno de los principales arquitectos de los cuantiosos aranceles contra China.
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En un artículo que se publicó en la revista Foreign Policy en noviembre de 2016, Navarro y Alexander Gray escribieron: "El trato del gobierno de Obama a Taiwán ha sido… atroz. Este faro de la democracia en Asia es, probablemente, el aliado estadounidense más vulnerable, militarmente hablando, en todo el mundo. Ya desde 2010, la Agencia de Inteligencia en Defensa de Estados Unidos advirtió que el equilibrio del poder en los cielos del estrecho de Taiwán se estaba inclinando hacia Beijing".
Las autoridades taiwanesas señalan que no lejos de ahí, en el mar del Sur de China, China está construyendo una serie de islas fortificadas que podrían usar para inhabilitar vías marítimas internacionales. Taiwán importa la mayor parte de sus suministros petroleros por mar, a través de estas aguas. A finales de marzo, un día después de que Xi profiriera su amenaza velada a Estados Unidos y Taiwán, China desplegó su flota de portaaviones al estrecho de Taiwán, que separa a la isla del continente.
Para China, pese a las grandes diferencias en extensión territorial y población, Taiwán sigue siendo un problema existencial. Reconocer cualquier aspecto de su libertad e independencia daría bríos renovados a las fuerzas centrífugas que persisten entre varios pueblos y regiones remotas de lo que sigue siendo un conglomerado de repúblicas. Desde el Tíbet hasta el centro de Mongolia, hay minorías étnicas no chinas que ansían más libertad —si no es que la independencia— y que ponen mucha atención a los acontecimientos en el frente taiwanés para saber si China está dispuesta a ceder un centímetro.
Entonces, si Trump quiere intensificar la presión sobre las exportaciones chinas a Estados Unidos, tiene que reconocer que habrá más en juego si agrega los lazos de Estados Unidos con Taiwán a esta mezcla tóxica. Como Trump está preparando su propia apertura con Corea del Norte , con la ayuda de Corea del Sur, tal vez crea que ya no necesita la intervención de China para contener las ambiciones nucleares de los norcoreanos. Podría estar peligrosamente equivocado.
Ahora, más que nunca, China es un factor decisivo en toda la región. Trump haría bien en no dejar que las mentes más impulsivas de su gobierno, en su ansia por enfrentar a una China que difícilmente cejará en la defensa de sus intereses más esenciales, cambien el curso de Estados Unidos en una región tensa y peligrosa.
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