OPINIÓN: La Copa del Mundo no le dará poder mundial a Putin
Nota del editor: Andrés Martinez es profesor de la Escuela Walter Cronkite de Periodismo y Comunicación Masiva de la Universidad Estatal de Arizona (Estados Unidos) e investigador de New America. Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
(CNN) — El Mundial de Rusia tuvo un comienzo hechizante: en la primera ronda de la competencia, el equipo ruso ha excedido sus propias expectativas. Las cosas han sido un poco complicadas fuera de la cancha (hace poco, Burger King Rusia se vio obligada a ofrecer disculpas por emitir un comercial en el que les ofrecía a las rusas la oportunidad de ganar efectivo y hamburguesas de por vida si se embarazaban de una estrella del Mundial, poco después de que una prominente legisladora rusa exhortara a sus compatriotas a dormir solo con rusos durante el Mundial "para dar a luz a los nuestros") pero en general, ha sido más tranquilo de lo que se esperaba.
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Pero sin importar lo exitoso que sea el torneo, la apuesta del presidente Vladimir Putin por aprovechar el poder del deporte internacional para pulir la imagen de Rusia en el exterior se quedará corta. Estos grandes eventos deportivos que llaman la atención del mundo han sido desde hace mucho una oportunidad para que los gobiernos muestren una faceta cálida y buena ante el mundo, pero el mundo conoce bien al régimen de Putin (la represión de los críticos en el país, la anexión de Crimea, el respaldo al asesino Bachar al Asad en Siria, y la interferencia en elecciones extranjeras) como para creerle que es cálido y bueno.
Para gran parte del mundo, Rusia se ha vuelto lo que los estadounidenses creían simplonamente que era en lo más álgido de la Guerra Fría: un país de villanos de películas de James Bond.
Putin no daba la impresión de haber escarmentado en el partido inaugural del Mundial, la semana pasada. Se mostró muy amistoso con el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, y con el príncipe heredero saudí Mohamed bin Salmán, cuyo equipo se enfrentó a Rusia ese día. La visita del dignatario saudí fue un éxito para el Kremlin, pero en realidad son pocos los líderes extranjeros que fueron a Moscú a la fiesta de Putin.
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Putin empezó su intento por hacer que Rusia vuelva a ser grande en el deporte, como lo fue en los días de la superpotencia soviética, con las Olimpiadas de Invierno de 2014 en Sochi. Esas olimpiadas, en las que se reporta que Rusia gastó 50,000 millones de dólares, salieron mucho mejor de lo que la gente esperaba. Pero para las olimpiadas siguientes, las de Corea del Sur 2018, hasta el Comité Olímpico Internacional (que no es famoso por asumir posturas morales audaces) se inclinó a tratar a la Rusia de Putin como un país paria. Suspendieron a montones de atletas rusos por consumo de drogas y los que sí pudieron competir no pudieron hacerlo bajo la bandera de su país.
nullEl gobierno de Putin también ha diluido los dividendos de la buena voluntad deportiva con sus actos en otros ámbitos. Inmediatamente después de las Olimpiadas de Sochi, Rusia se anexionó Crimea, lo que provocó una serie de sanciones de parte de las democracias occidentales e incluso la expulsión de Rusia del G8. También se afirma que ciertos actores rusos han difundido noticias falsas y desplegado hackers para subvertir las democracias occidentales.
En términos futbolísticos, Rusia le había metido un autogol espectacular a su reputación en 2016, cuando se preparaba para celebrar el Mundial de este año. Ese año, durante la Eurocopa en Francia, unos aficionados rusos revoltosos desataron el caos en Marsella: golpearon e intimidaron a los aficionados de otros países. Peor aún, pareció que las autoridades rusas minimizaron la gravedad de los incidentes , cosa que tal vez incitó a los hooligans.
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Parece que otras de las conductas censurables que se han atribuido a Rusia antes de su Mundial pudieron evitarse. El atentado (con un agente neurotóxico, nada menos) contra el exespía ruso Serguéi Skripal y su hija en suelo inglés , en marzo, indignó a Occidente. No fue la primera vez que se atentaba contra la vida de rusos en Inglaterra, lo que explicaría la indignación consiguiente y que Rusia se mostrara sorprendida (las autoridades rusas niegan haber tenido algo que ver en el incidente).
Inglaterra no quiso boicotear el Mundial (este país está muy interesado en romper la racha de desaliento por el fracaso de su selección nacional en el deporte que inventaron). Sin embargo, el gobierno de Theresa May llamó a hacer un boicot de Estado, lo que significa que ningún ministro ni ningún miembro de la familia real asistirán. Esto ha disminuido gravemente la capacidad de Putin de aprovechar el Mundial como oportunidad de recibir a los demás líderes del mundo. El príncipe Guillermo canceló su plan de asistir (es el director titular de la Asociación Inglesa de Futbol) y no se ha visto a ningún otro funcionario inglés en Rusia.
Muchos otros jefes de Estado europeos, igualmente preocupados por las argucias de Moscú, siguieron el ejemplo de los ingleses. Los noticieros rusos anunciaron con bombo y platillo la asistencia de los presidentes de Azerbaiyán y Paraguay y sus reuniones con Putin, pero difícilmente se comparan —sin afán de ofenderlos— a la oportunidad de convivir amistosamente con Guillermo y Catalina.
nullLas fechorías de Rusia también han puesto en peligro a la inversión rusa más prestigiosa en el deporte en todo el mundo: el club de la liga Premier inglesa, el Chelsea. Parece que como necesita mostrarse firme a falta de un boicot total al Mundial, el gobierno británico puso en la mira al dueño del equipo, Roman Abramovich, quien tiene lazos cercanos con Putin.
El multimillonario ruso ha sido dueño del Chelsea desde 2003 y desde hace mucho ha sido uno de los personajes principales de "Londogrado", el patio de juegos de los rusos adinerados. Pero hace unos meses, el gobierno británico se negó inesperadamente a renovar la visa de Abramovich , lo que le impidió asistir a la final de la Copa FA entre su equipo y el Manchester United, en mayo. Ahora, el Chelsea canceló el desarrollo de un nuevo estadio y no está claro si Abramovich se verá obligado a vender el equipo.
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Lo más seguro es que Rusia obtenga algunas ganancias del Mundial en términos de buena voluntad internacional entre los aficionados extranjeros y los telespectadores mundiales que gozarán de multitud de tomas hermosas de paisajes rusos durante el mes que dura el torneo. Sin embargo, la conducta en general del Kremlin en los últimos años no le ha permitido aprovechar la buena imagen que pudo haberse hecho como anfitrión de una Olimpiada y un Mundial.
Por otro lado, ser sede de estos eventos deportivos de clase mundial también rinde frutos tremendos en cuanto a propaganda para el público ruso. Al igual que los regímenes antidemocráticos que han organizado mundiales y olimpiadas (como el odioso régimen militar de Argentina en 1978 ), Putin puede argumentar que el mundo viene a jugar a Rusia y que eso indica que él y su gobierno (y los rusos en general) son respetados en la comunidad internacional, con lo que acallará a sus críticos.
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Es probable que Vladimir Putin esté contemplando otra jugada de ajedrez con la que logrará un enorme triunfo propagandístico en este Mundial, tanto con el público extranjero con el de su país. No se sorprendan si Putin se las arregla para que Donald Trump sea el invitado de honor en la final del Mundial, el 15 de julio. La Casa Blanca ha estado hablando de una reunión a mediados de julio y seguramente será tentador para Trump agradecerle a la FIFA en persona por "haberle otorgado" el Mundial de 2026.
Donald Trump es otro político sagaz que entiende bien la importancia visceral del deporte en nuestra vida, como lo dejó patente con su intrusión en el debate sobre las protestas en la NFL. Además, como estrella de programas de telerrealidad, ¿cómo podría resistirse a los índices de audiencia del Mundial?
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