OPINIÓN. AMLO y los gasolineros: los buenos, los malos y los careros

No ha sido el estado sino las fallas del mercado interno las que han prendido fuego en los pesos y centavos de la bomba despachadora de combustible, apunta Miriam Grunstein.

Nota del editor: Miriam Grunstein es profesora e investigadora de la Universidad ORT México y es académica asociada al Centro México de Rice University. También ha sido profesora externa del Centro de Investigación y Docencia Económicas y coordinadora del programa de Capacitación al Gobierno Federal en materia de Hidrocarburos que imparte la Universidad de Texas en Austin. Hoy es socia fundadora de

y dirige el blog Energeeks. Las opiniones expresadas en esta columna pertenecen exclusivamente a la autora.

(Expansión) – Por ahí dicen que la definición de locura es repetir lo mismo muchas veces, siempre esperando resultados diferentes. Si es así, algún político ya se habría tenido que dar cuenta que es mala idea prometer que el precio de los energéticos va a bajar; y peor idea aún es prometer que estos insumos serán más baratos cuando el gobierno ya no tiene control sobre ellos. Ni se diga que es la peor idea de las imaginables cuando el gobierno está sumamente urgido de recaudar, en particular porque ha hecho promesas que tienen efectos contradictorios.

De reducirse el impuesto aplicable a la gasolina, tendrá que subir otros o recortar programas gubernamentales. Haga una u otra cosa, alguien se va a enojar y tal parece que, pese a sus arrebatos, el presidente desea ser amado. Y por esa sed afectiva es que el presidente señala a presuntos culpables de abusos al pueblo.

Durante estos pocos meses de su encargo, el dedo flamígero del presidente ya ha señalado a varios. Primero el flamazo se fue contra las empresas petroleras por no elevar la producción. Así, el dragón soltó una flamante (en el sentido literal de la palabra) advertencia de que “revisaría los contratos” para evaluar el desempeño de las empresas en un período de 3 años.

Semanas después, los increpados fueron los gaseros. Ahí el vocero de la ira estatal fue Don Manuel Bartlett, quien esta vez se fue encima de los transportistas de gas por lo que él llamó “contratos leoninos” que le costaban a CFE cantidades astronómicas sin proveerle mayor valor. Y, como Robespierre, amenazó que rodarían las cabezas de muchos indeseables.

Eso fue hace unas semanas. Ahora los exhibidos de moda son los gasolineros. Es diferente ensañarse contra petroleros y gaseros que poco contacto tienen con el público que irse tras supuestos ladrones cuya cara imaginamos cada vez que llenamos el tanque. También, aquí las promesas del presidente tuvieron las piernas cortas porque el precio de la gasolina ha ido en franco ascenso desde el inicio de su mandato. Si algo debió haber aprendido del gobierno de Peña Nieto es que el precio a pagar por las promesas faltas es alto; y que sus detractores le pasarían la factura.

López Obrador tomó el poder cuando el precio de los combustibles ya estaba liberalizado. Si ha subido, no es su culpa sino de las condiciones del mercado nacional que está plagado de ineficiencias de las cuales tiene poco control. Peña le heredo a López Obrador un precio liberalizado de los combustibles por lo que el último no puede bajarlo por decreto.

No ha sido el estado sino las fallas del mercado interno las que han prendido fuego en los pesos y centavos de la bomba despachadora de combustible. La escacez, las compras en dólares, una logística costosa, un suministrador único (en algunos casos) e importaciones complejas (en otros), amén de un barril más caro en el ámbito global, mantienen los combustibles en cifras que se antojan lesivas. Y el presidente, a quien le gusta señalar a los enemigos del pueblo, corrió a balconear a los más careros.

Entre el precio que el buen Pemex le da al distribuidor y el que paga el consumidor suele haber un diferencial, en promedio, de entre 4 y 5 pesos. Esta “ganancia” le pareció escandalosa al presidente por lo que procedió, como lo hizo con las empresas petroleras y transportistas, a “balconear” a los gasolineros más careros. Primero, el dedo presidencial señaló a Shell y a Chevron. Luego a Exxon Mobil y la más reciente, para la galería de la infamia, es Arco quien se llevó la última mención de Profeco como la marca que esquilma al pueblo. El titular del ejecutivo federal seguirá exhibiendo a los careros.

Las razones por las que alguien con semejante investidura se dedica a revelar distribuidores son entendibles pero infantiles. Es la manera de López Obrador de anunciar que tiene en la mira a los enemigos del consumidor. Lo que no se sigue son los efectos benéficos para el último. Andrés Manuel López Obrador, el primer mandatario de los Estados Unidos Mexicanos, podrá dar marcaje personal a los distribuidores más caros para hacerlos visibles al público pero de ahí a que los precios bajen, o que los consumidores opten por otros no señalados, hay un largo trecho.

En todo caso, es la competencia y el desarrollo del negocio las que harán un mercado eficiente. Es más probable que, con buena gobernanza, sea la mano invisible la que baje los precios y no el dedo del presidente.