Después de masacres como la que vivimos en El Paso y en Dayton, Ohio, normalmente sigue una doble tradición en Estados Unidos, una positiva y otra trágica.
Tristemente, en esta ocasión, solo parece que vamos a cumplir con lo trágico, porque no habrá consolación comunal porque la fuente tradicional no nos la dará.
Como se vio la semana pasada, el presidente Trump no fue capaz de consolar al pueblo y superar, aunque sea por un día o unas horas, la división política, en contraste con lo que lo vimos, por ejemplo, con Bill Clinton después de Columbine (1999) o con George W. Bush después de Virginia Tech (2007) o con Barack Obama después de Sandy Hook (2012).
Y tampoco parece capaz de romper la otra tradición que ha seguido a esas y muchas otras masacres: la trágica falta de acción, motivada en gran parte por la resistencia de miembros del Partido Republicano a tomar medidas decisivas en el Congreso para prohibir armas de asalto en manos civiles, y para crear un sistema universal de revisión de antecedentes antes de la venta de cualquier arma.