Durante el año, la economía enfrentó factores adversos como es la tradicional desaceleración en el ejercicio del presupuesto federal, una política de recortes de puestos y salarios en la burocracia, la cancelación de proyectos de infraestructura y la reversión o modificación de algunas reformas que no eran del gusto del nuevo gobierno.
Todo ello afectó el sentimiento y la toma de decisiones tanto de inversionistas como de consumidores, debilitando con ello el mercado interno. A ello se unieron algunos riesgos externos como las señales de desaceleración de la economía global, la disminución del comercio mundial ante la batalla tarifaria iniciada por el gobierno estadounidense, y la volatilidad financiera generada por el riesgo de recesión.
Hacia finales del año, la falta de medidas que restablezcan la confianza de los agentes económicos en torno al rumbo del país y algunas políticas del nuevo gobierno aún mantienen a la inversión privada con incertidumbre y reticencia.
De hecho, ante la gravedad del estancamiento económico, el gobierno tuvo que salir a anunciar un programa fiscal de apoyo y otro de infraestructura mayormente financiado por un pequeño grupo de inversionistas privados. Esto porque al final de cuentas el gobierno parece entender que sin inversión no hay crecimiento y sin ello no habrá recursos públicos que alcancen para seguir financiando los programas sociales.
OPINIÓN: Sin crecimiento económico, el país se puede volver más pobre
Para el 2020, ante la debilidad de la inversión y la falta de fuerza del mercado interno, las perspectivas para la economía permanecen anémicas. La economía apenas si podrá crecer ligeramente por encima de 1% en el 2020, promediando con ello un avance menor a 1% en el primer tercio del sexenio lopezobradorista. Irónicamente, las perspectivas para la economía durante el sexenio se vislumbran menos favorables que el tan criticado crecimiento mediocre de 2.7% de los últimos 30 años de gobiernos neoliberales.