En ese primer semestre, el intercambio de currículas fácilmente pudo haber sustituido a las cartas que se mandan a Santa Claus y a los Reyes Magos. Es la llegada de los temores más profundos de una parte de la sociedad mexicana que aún no concibe la sacudida que la mayoría acaba de desencadenar con su voto.
Sin embargo, pasan los días y, aunque no estamos libres de sobresaltos, la economía de México no se comporta distinta a muchas otras. Ni siquiera la entrada a una recesión moderada altera demasiado los pronósticos a la baja que ya se habían anunciado, por lo menos, desde mediados del ejercicio.
El debate sobre el estado de las finanzas da incluso para que los hombres de negocios más importantes desestimen la idea del crecimiento (antes sacralizada por otras administraciones) contra la del desarrollo, que defiende el gobierno presente.
Diciembre empieza con un regalo navideño anticipado y, en Palacio Nacional, los negociadores del T-MEC, el gran ajuste al tratado de libre comercio con Estados Unidos y Canadá, que tuvo en vilo a nuestro país casi dos años, firman el acuerdo para certidumbre de la iniciativa privada de los países involucrados.
Si no existe ninguna sorpresa antes del fin del año, el peso tendrá una apreciación cercana al 2% anual, la inflación estará por debajo de la meta establecida, Pemex frenó su caída de producción y hasta encontró nuevos yacimientos, se acordó un plan de infraestructura inédito con el sector privado y el empuje de las ventas por las fiestas deja un sabor de boca moderado. Es decir, el lobo nunca llegó.