Lo anterior sin contar los múltiples campamentos de terapias de conversión, que de alguna manera se les asemejan.
Lamentablemente, la lista del “no” es no sólo más larga sino también más sangrienta. Tan sólo en el último año, este mundo moderno y abierto del que tanto alarde hacemos registró un crecimiento considerable en crímenes de odio, sin contar los países en los que la homosexualidad aún es ilegal.
Estados Unidos e Inglaterra reportan cifras aterradoras de aumentos de hasta 30% de crímenes en contra de las personas transgénero y de la comunidad LGBT+ en general. Y nuestra querida y amigable con la comunidad gay y la diversidad sexual CDMX no se queda nada atrás, distinguiéndose por ser una de las ciudades con mayores crímenes homofóbicos y transfóbicos.
Por si fuera poco y de acuerdo con la Encuesta sobre Discriminación en la Ciudad de México (2017) elaborada por el Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación de la Cuidad de México (COPRED), en este ensueño de la diversidad sexual y la inclusión, resulta que una de las principales causas de discriminación es justamente la preferencia sexual; de hecho, 80% de la comunidad LGBT+ afirma haber sufrido discriminación debido a su orientación sexual o identidad de género. Yo, incluído, desde mis tiempos universitarios hasta uno que otro empleo en las industrias de los medios y la tecnología.
Si las cifras no te espantan porque corresponden “a un grupo muy particular” con el que “no todos tenemos que estar de acuerdo” ya que “se lo buscan porque deciden ser así”, como declaran algunos grupos de extrema derecha, entonces que al menos te alarme que de la misma forma se vienen incrementando los crímenes de personas con capacidades diferentes, los basados en raza o religión, y ya no digamos los femenicidios. El odio es parejo, es el mismo, y debe preocuparnos a todos, seamos o no la causa a defender.