La propagación del virus pone a prueba a todos los actores políticos: presidentes, jefes de Estado o de Gobierno, gobernadores, alcaldes, líderes comunitarios, delegados y organismos regionales e internacionales.
Todos están bajo la lupa y el escrutinio público, pues los tomadores de decisiones deben mostrar su capacidad y responsabilidad para controlar el brote, salvar vidas y contraer al máximo las repercusiones económicas.
La canciller alemana, Angela Merkel, afirmó que Alemania se encuentra ante su mayor desafío desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. La pregunta es si lo tienen claro los gobiernos de América Latina, en especial Brasil y México, primeras dos economías de América Latina, quienes deben de liderar con el ejemplo, pues el Covid-19 ha causado una crisis global súbita y totalmente inesperada de la que nadie puede escapar.
La crisis sanitaria está deteniendo la rueda del mundo, la emergencia que impulsa como flecha la desglobalización trasnacional: el cierre de fronteras, restricciones a la libre circulación, parálisis del tráfico internacional de viajeros y turistas, disrupciones de las cadenas productivas y distributivas y el aislamiento completo de ciudades que están alterando la vida cotidiana de los habitantes del mundo.
Es cierto, antes del surgimiento del coronavirus, el mundo ya atestiguaba un fuerte credo antiglobalizador por sus efectos asimétricos, dispares y altamente desigualadores; pero esta pandemia incendiará la conveniencia de mantener y profundizar las interdependencias y los movimientos de personas, capitales, mercancías y servicios, justo el mensaje que modulan los gobiernos nacionalistas y populistas.