Es de todos conocido que las pérdidas que reportó Pemex en el 2019 ascendieron a 346,135 millones de pesos, una cifra 92% mayor a la reportada en el 2018, y que al tomar en cuenta el pasivo laboral el saldo negativo del ejercicio se incrementa a 658, 130 millones de pesos.
Estos números nos dicen que las obligaciones de la empresa para con sus trabajadores amenazan con devorar el valor agregado que busca obtener el gobierno del presidente López Obrador al procesar un volumen mayor de hidrocarburos. Si a esto le sumamos el servicio de la deuda, la cual es de aproximadamente 100,000 millones de dólares, ¿cuál es la probabilidad de que el retorno de la inversión que se espera de la séptima refinería se diluya ante el grueso de las obligaciones de la empresa?
De lo que no hay la menor duda es que los números rojos del 2019 son, en gran medida, resultado de la inercia que se viene arrastrando desde la desafortunada administración de Pemex bajo los gobiernos de Peña Nieto y Calderón. Ambos hicieron crecer una bola de nieve cuya dimensión y nocividad han sido subestimadas por el gobierno de López Obrador.
Es decir, las decisiones que se han tomado durante los casi 16 meses de la llamada cuarta transformación al frente de la empresa no corresponden al tamaño del problema y, en el entorno actual de bajos precios del crudo y una demanda global que se debilita ante el avance del Covid-19, amenazan con profundizar el deterioro de Pemex.
OPINIÓN. Más focos rojos para 2020: coronavirus y petróleo
Hoy, la empresa más grande de México enfrenta una crisis interna y coyuntural que amaga con abollar el proyecto de nación del presidente López Obrador. A reserva de conocer las medidas que en materia de energía el gobierno pudiese echar a andar en las semanas o meses por venir, es muy posible que el 2020 termine siendo el peor año en la historia de Pemex.