Mucho se ha comentado acerca de la intervención que ha tenido el gobierno federal durante la pandemia; a grandes rasgos, parece ser insuficiente. Además de combatir los efectos de la crisis en el corto plazo, es importante que la política económica busque contener las afectaciones que quedarán en el futuro, para que la economía pueda “correr” de nuevo a un ritmo sostenible.
Seguramente veremos secuelas en el mediano plazo, tanto por el lado de la demanda, como por el de la oferta. Ante la falta de ingresos durante la crisis, las empresas, los gobiernos y los hogares recurrirán al crédito para poder financiar sus respectivos niveles de gasto. Por lo tanto, en los próximos años, es posible que el crecimiento económico se vea restringido por un proceso de desapalancamiento, lo cual limitará a la demanda interna, viéndose afectada la capacidad de consumo de los hogares, de inversión de las empresas y de gasto de los gobiernos; además, al ser esta una situación mundial, también el dinamismo externo estaría afectado.
En cuanto a la oferta, la pérdida en capital humano puede ser significativa. Es posible que muchas personas que dejaron de trabajar durante la pandemia no regresen al mercado laboral, ya sea por afectaciones en su salud o por quedar desalentadas por las condiciones económicas, lo cual significa una pérdida de talento, productividad y abundancia del factor trabajo.
El Banco de México ha hecho lo propio, bajando las tasas de interés y promoviendo la liquidez en mercados financieros, ayudando a que la “carga” financiera para las empresas y hogares no sea tan elevada.
Adicionalmente, para contrarrestar las secuelas que dejará la pandemia en el largo plazo, es importante que la política económica de la administración federal genere confianza y certidumbre, incentivando así a la inversión, el empleo y la productividad.
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