No hay que confundir: su personalidad, retórica y estilo de liderazgo no han cambiado (ni lo harán); pero sí su comportamiento para atraer simpatías electorales cueste lo que cueste. Considerando el juego de las encuestas y hasta ahora su imperativo mensaje, el hecho de que su principal contrincante Joe Biden lo supere entre el 10 y 14% en las preferencias electorales lo obligan a inclinarse hacia el espectro más moderado y centrista del rompecabezas político, aún cuando ello signifique apropiarse de algunas de las banderas más emblemáticas del Partido Demócrata para congraciarse con el voto latino.
Fue a partir de la visita de López Obrador a Washington y de la presunción de su amistad tácita con el presidente de México, que Trump busca inaugurar una relación distinta con la comunidad latina. Los elogios fueron parte medular de su discurso planchado y muy bien cuidado del pasado 8 de julio para confeccionar su voto rumbo al 3 de noviembre, acto seguido de su propuesta de presentar vía decreto “una gran ley de inmigración” que podría derivar en un “camino a la ciudadanía” para los 700,000 inmigrantes indocumentados beneficiarios del programa DACA, los dreamers que han sufrido un viacrucis bajo el talante racista, xenófobo y antimigrante del habitante de la Casa Blanca.
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Resulta sorprendente el giro comunicativo y político de Trump; ¡cómo se transforman los políticos en época de elecciones! Con su cambio de piel le busca robar el monopolio del tema a los demócratas en su paso por cortejar a los latinos. Cambiar la narrativa será crucial para ganar en los llamados “estados columpio o estados batalla”, pues el radio de acción trumpista se ha encogido en Texas, Arizona y Florida, entre otros.
Una encuesta de CBS News/yougov presentada el 12 de julio muestra que en Arizona, Trump está empatado con el ex vicepresidente Joe Biden (46% a 46%), cuando hace cuatro años superó a su contrincante por más de cuatro puntos porcentuales. En Florida, Trump bajó de 48% a 42% en intención de voto, un estado que tomó por un punto en 2016.
El tercer estado, Texas, en el que Clinton perdió por poco más de 9 puntos, brinda también resultados sorprendentes: un 46% de preferencia hacia Trump frente al 45% de Biden, un resultado dentro de cualquier margen de error que lo convierten en un swing state. Para complementar aún más el panorama estos tres estados -pertenecientes al Sun Belt-, se encuentran entre los cinco con mayor población de origen latino.