A nivel personal, este año también nos dejó desnudos ante el espejo. El reflejo nos enfrentó con -y puso a prueba- nuestras fortalezas, relaciones, destrezas, capacidad económica y, sobre todo, nuestro juego de cintura para quebrar la incertidumbre cotidiana y hacia el futuro. Paradójicamente, son precisamente estos atributos los que necesitamos para ponderar dónde y cómo queremos vivir.
Estamos, pues, ante un punto de ruptura que nos ofrece esa tan elusiva y deseada opción de hacer “borrón y cuenta nueva”; hace sentido al menos plantearnos surcar nuevos cielos y buscar, como las golondrinas, un mejor lugar para vivir, desarrollarnos y echar raíces.
Lo cierto es que, aún con la determinación para buscar nuevos horizontes, resulta difícil iniciar la búsqueda. Ya se trate de considerar nuevas ciudades o, incluso, países, hoy existen muchas fuentes de información que pueden ayudar a afinar la puntería y evaluar a fondo la calidad y el atractivo de los distintos destinos: algunas miden la salud, prosperidad y bienestar de un país (Nation Brands Index o Country Brand Index), otros su contribución al mundo (Good Country Index) y la felicidad de sus habitantes (World happiness Report).
Me gustan también los que miden la generosidad de sus ciudadanos (World Giving Index), la sofisticación de su ecosistema digital (Digital Country Index), de su estado y conciencia de sustentabilidad ambiental (Environmental Performance), de la calidad de la paz social (Global Peace Index), de su competitividad industrial (Global Competitive Index), de su movilidad social (Social Mobility Index) o de la calidad de sus ciudades para atraer el mejor talento e inversión (Quality of Living City Index). Con esta información y tu sentido común, te invito a hacer una lista de tres lugares donde podrías vivir los siguientes 10 años.
Sin duda pondrás sobre la balanza muchas variables que se anteponen para pensar en esta dirección, ya que la migración siempre implica atropellar raíces familiares, costumbres, relaciones y la serenidad que nos otorga el“no moverle”. En general somos malos para abrir los ojos y ver con claridad las oportunidades al romper con nuestra zona de confort.
Así es que no olvides sopesar, del otro lado de la balanza, con que podrías estar más cerca de la naturaleza, reducir el tiempo malgastado en el tráfico y dedicarlo a pasar más y mejores momentos con amigos y familia, crear nuevas y frescas relaciones, estar más sano y menos estresado, vivir más seguro, tener acceso y tiempo para dedicar a la cultura, la buena comida y, por supuesto, tener más tiempo para ti.