Ante la prevalencia del bicho pandémico, algunos hemos tenido la oportunidad de re-imaginar nuestra conducta personal y la relación que hemos escogido tener con las marcas que elegimos consumir siendo, ahora más que nunca, conscientes de las compañías que las producen, de sus procesos, ideologías y prácticas laborales.
El consumo local e independiente, la producción y consumo conscientes y responsables, invertir en el crecimiento intelectual, emocional y de habilidades de las personas, las plataformas digitales como medios de activación, el e-commerce social (no solo transaccional) son algunas de las evidencias que ya tenemos sobre como estamos cambiando como sociedad. Pero ¿a qué ritmo y escala las estamos adoptando?
Minimizar el daño, contener ventas, asegurar la permanencia, han sido tres de los más importantes objetivos que hemos escuchado de clientes, agencias, consultoras y medios en el último medio año, con mucha razón. Ante crisis hay que adoptar estrategias de contención como prioridad inmediata, no de desarrollo.
Sin embargo, un segundo paso no tan lejano pudiera ser la adopción de una óptica menos lineal y más profunda sobre los pasos a seguir ante una nueva realidad.
La tan afamada nueva normalidad no será tan nueva si seguimos buscando prosperar, analizar, planear y accionar como antes. Eso sería más bien regresar a una vieja normalidad, que la verdad tampoco estaba tan buena y que, considerando los contextos sociales y ambientales actuales, no debería ser tan normal.
¿Qué pasaría, si en vez de buscar el camino y los pasos para regresar a las viejas usanzas para vender, crecer y escalar como antes, buscáramos redefinir la forma en la cual se genera un mayor valor compartido entre corporativos, proveedores, distribuidores, marcas, personas, para así crecer de manera sostenible e integral? ¿Qué pasaría si a los KPIs de productividad, percepción y engagement le sumamos un rubro de valor - me refiero al valor que la marca aporta en la experiencia completa?