Fue una etapa expansiva de la economía mundial que propició un clima de euforia y ciega confianza en el sistema capitalista. Se pusieron en marcha las transformaciones heredadas de la Segunda Revolución Industrial: el desarrollo de nuevos sectores de la producción (químico, siderúrgico, alimentario, automoción), que propició el empleo de nuevas fuentes de energía: la electricidad y el petróleo. Se introdujeron nuevas formas de organización del trabajo: el taylorismo, la estandarización, y el fordismo.
Y también la prensa, la música, el cine, el arte, la moda, las ciudades y la historia cambiaron por completo durante los siguientes 10 años.
La prensa conoció un gran esplendor, y proliferaron las revistas especializadas, las deportivas, las dedicadas a la mujer. Fenómeno destacado fue el de la radio, cuyas ondas se difundieron por campos y ciudades y comenzó a utilizarse como excelente instrumento de publicidad. Además, se popularizó la venta de gramófonos que ayudó a una mayor difusión de las nuevas corrientes musicales como el Charleston y el Blues. El jazz alcanzaba su esplendor gracias a la aparición de artistas como Louis Armstrong.
Durante esa década se empezó a gestar lo que hoy conocemos como ‘Hollywood’ y en la que se pasó del cine mudo al sonoro. Los espectáculos de masas (cine, deportes, cabarets, teatro), se convirtieron en objetos de consumo y alimentaron a toda una industria que hasta entonces no había sido significativa.
Las mujeres se introdujeron rápidamente en el mercado laboral, hasta entonces masculino y optaron por abolir la rigidez del corset, acortar faldas y aflojar los patrones de vestidos. La moda era la forma de mostrar personalidad. Coco Chanel, fue una de las causantes de la revolución en la moda: capas, tocados, redecillas, medias de rejilla, maquillaje muy marcado.
Además, se instauró la moda de llevar el pelo corto, estilo “garcon” (chico), por debajo de las orejas, con flequillo y patilla, con ondas al agua. Se hizo también muy habitual el uso de turbantes, bandas, boinas y sombreros, especialmente el cloché.
En las ciudades, se fomentó el culto al arte de vanguardia, el deporte popular, los cafés se llenaron, la música con nuevos ritmos y las salas de cine. En las calles, los carruajes dejaron paso a los automóviles, con marcas como el Bugatti Tip 35 o los míticos Ford T.
En el centro de las ciudades se empezó a dar forma al urbanismo con nuevos modelos arquitectónicos gracias al triunfo de las escuelas como la Bauhaus o el Art Decó y el furor por los rascacielos.
Pero al mismo tiempo, la fuerte inmigración que comenzó a afluir desde todos los rincones del mundo hacia los Estados Unidos se agolpaba en barrios abarrotados de extranjeros donde reinaban la pobreza y la exclusión y en no pocas ocasiones chocando con los valores de los ya establecidos, que reaccionaron aferrándose a los conservadores ideales del modelo “blanco, anglosajón y protestante”.
La Administración republicana optó por una política de control de la emigración y desde postulados racistas prohibió la entrada de individuos de origen asiático e incluso restringiendo la entrada de europeos.