Hasta ahora, un proceso de cambio constante hacia las conexiones digitales. La llegada del confinamiento nos ha acercado a esa realidad más que nunca: “si puedo hacerlo de manera virtual, lo haré”. Algunas de esas experiencias "virtuales" que estamos aprendiendo (teletrabajo, compras, reuniones y clases a distancia) nos están gustando más que algunas físicas. Los tiempos están cambiando, pero sin duda está en nosotros decidir cómo cambiaremos con ellos.
Pero en el fondo, la gente está esperando a que pase la crisis para salir a celebrar la vida. Hay enormes ganas de vivir. Hay más conciencia que nunca sobre lo pequeño que es el mundo y lo iguales que somos.
Por ello, la prioridad de las marcas debe ser invertir en celebrar lo que somos, lo que amamos y lo que soñamos. Hay que activar experiencias reales, (aunque quizás haya que reconsiderar lo que es “real”) para responder a la explosión de actividades que acompañarán el final de la desescalada.
Hay dos etapas: lo que podemos hacer ahora y lo que deberíamos hacer cuando todo pase. Y, en ambos casos, debemos diseñar nuevas experiencias de marca que no estén sujetas a las limitaciones de un espacio solo virtual o ‘físico’, sino en combinar ambos mundos, complementándose entre sí.
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Las personas han respondido al confinamiento innovando por sí solas. Hay que analizar de cerca esas ideas y usarlas como fuente de creatividad para reconvertirlas en experiencias de marca. Y hay que prepararse para lo que viene después, anticipándose a nuevos comportamientos y valores. Repensar qué rol va a tener la marca y qué servicio puede ofrecer mientras predominan valores como la transparencia, la salud y la ciberseguridad, que con la pandemia han llegado para quedarse.
La tecnología no hará la diferencia sino las experiencias de marca extraordinarias y constantes. Ciertamente hay que aprovechar las plataformas virtuales para conectar personas, lugares y eventos de la vida real. Pero no olvidemos que la vida real es la experiencia humana, no la pantalla.