O lo que es lo mismo, capitalizar la desgracia colectiva para tocar sensaciones que les permitan acceder al poder.
El marketing emocional, como su nombre lo indica, es apelar a las emociones aplicando estrategias de venta (en este caso, con el fin de conquistar electores), pero con un factor adicional, que es enfocar líneas discursivas que encuentren resonancia y que toquen las fibras más sensibles de los públicos a los que se dirigen.
Así pues, el marketing emocional utiliza una marca/personaje dentro de una estrategia, con el objetivo de lograr un vínculo afectivo con usuarios, consumidores, clientes y futuros clientes, para que estos sientan la marca como algo propio y necesiten ser parte de ella.
Y si bien es una estrategia que se usa desde hace varias décadas en la política, generando discursos en torno a elementos como la pobreza y la desigualdad, la actual pandemia presenta un escenario en el que los cuartos de guerra y equipos de campaña podrían enfocar sus estrategias en torno al número de muertos que lamentablemente presenta México a consecuencia del COVID-19 y el dolor que ello provoca en cada familia.
El marketing de las emociones se basa en algunas premisas fundamentales como establecer conexiones potentes con el cliente (electores para efectos de este artículo), comunicarse fomentando confianza y amistad, aprender a escuchar, vender emociones asociadas al candidato y sobre su imagen, usar historias y anécdotas, así como transmitir calidez y energía.
Juzgue usted si cree que los partidos políticos en este país tienen estas capacidades de comunicación que les permitan conectar con el público al que se dirigen. El gran reto consistirá en hablarle a la gente, sin parecer ajenos, insensibles ante el dolor ajeno.