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Pemex, la bancarrota no es una mala idea

El impacto que tendría en los mercados una declaratoria de bancarrota podría revertirse si implica cancelar el sinsentido de una nueva refinería, por ejemplo, opina Sergio Luna.
mié 03 marzo 2021 12:07 AM

(Expansión) - A mediados de febrero el gobierno mexicano reveló un nuevo paquete de beneficios fiscales e inyecciones de capital a Pemex por un total de 3.5 miles de millones de dólares (mmd). Unos días después, la paraestatal presenta sus resultados para el 2020: una pérdida neta de 21 mmd, 38% más que un año antes.

Entre los inversionistas que siguen el desempeño de Pemex, ninguno de estos anuncios fue sorpresivo. Estoy seguro incluso todos ellos saben que no será la última vez que escuchemos este tipo de noticias.

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Las tribulaciones financieras de Pemex constituyen la proverbial punta del iceberg. El problema de fondo involucra retos operacionales muy serios que permanecen sin atenderse, pues las prioridades de los políticos que al final del día manejan Pemex siempre están en alguna otra parte.

AMLO por ejemplo quiere que Pemex le ayude a lograr la soberanía energética. No sé qué signifique eso, sí sé que Pemex no puede ayudar. La última vez que hizo una contribución neta positiva al erario fue en 2008. La última vez que México reportó un superávit comercial en petróleo y sus derivados fue en 2014.

Podemos o no estar de acuerdo con AMLO, pero eso es irrelevante. La “Palanca de Desarrollo” de la que tanto les gusta hablar a los políticos está rota.

Paradójicamente, una declaratoria de bancarrota podría ser la mejor forma de ayudar a Pemex. La protección financiera que una acción de este tipo otorga es lo de menos. El propósito no es un cambio radical en condiciones financieras; bajo un esquema de concurso mercantil no es necesario incluso declarar una moratoria.

El propósito es modificar las condiciones operativas y una bancarrota permite a los acreedores – vía por ejemplo un comité – involucrarse en el diseño de un plan de negocios que ahora sí, atienda los retos de la empresa. Pemex tendría un mandato firme para resolver todos los problemas y cargas administrativas acumuladas y desechar proyectos que ya no son factibles o que nunca lo fueron.

El impacto que tendría en los mercados una declaratoria de bancarrota podría revertirse si implica cancelar el sinsentido de una nueva refinería, por ejemplo.

Los acreedores también pueden influir en otro aspecto crucial: quién ejecuta el plan. No hay nada que impida al gobierno poner a Pemex a cargo de una administración profesional y efectiva. Pero la atribulada historia de la empresa muestra que tampoco hay nada que lo garantice.

En un procedimiento de concurso mercantil la confianza en la administración a cargo es indispensable, no opcional. Se activaría así un factor muy poderoso para cambiar la trayectoria de Pemex: la rendición de cuentas.

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Hay que ser realistas: AMLO nunca va a optar por una decisión de este tipo. Pero también es cierto que en un mundo post pandemia necesitaremos ideas novedosas y atrevidas en términos de política económica. Esto es particularmente cierto en México, dado el lamentable récord de la actual administración.

Considerar una bancarrota en Pemex es llevar el proceso a una de sus dos conclusiones lógicas. La otra es hacer explícita la garantía que el gobierno ofrece a la deuda de Pemex – esta es, de hecho, la premisa de muchos inversionistas y hasta el momento, me temo que su lectura es impecable.

El problema de este escenario es que Pemex terminaría convirtiéndose en una “píldora venenosa” que pone en riesgo la calificación crediticia del soberano. Ni Pemex ni México se merecen eso.

Nota del editor: Sergio Luna estudió Economía en la UNAM y la Universidad de Londres. Fue economista en el Banco Nacional de México durante 33 años y continúa en dicha profesión, ahora de manera independiente. Síguelo en Twitter y/o en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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