Gran parte de las políticas públicas tienen soluciones dominantes en las que sólo se escucha a una fracción de la población: los más privilegiados, y no se considera el espectro de voces que hay alrededor y en particular se tiende a excluir a quienes tendrán que lidiar día a día con el problema que se pretende solucionar.
De este modo, los cambios generados a partir de esta participación excluyente no son favorables para las comunidades y en algunas ocasiones hasta terminan siendo perjudiciales.
La participación como instrumento de abuso
Es común que la participación se use para beneficio propio y termine legitimando proyectos; por ejemplo, cuando escuchamos que un proyecto fue participativo y contó con el aval de la población, nadie se atreve a cuestionarlo. Se da por bueno y se entiende que se trató de un ejercicio incluyente y democrativo, aunque no sea el caso.
Otro de los aspectos de esta falsa participación es que hay muchos prejuicios en torno a ella. El más conocido es la idea de que en México la gente no tiene interés en participar o que es poco proactiva al respecto; sin embargo, mi experiencia en el campo mexicano me ha enseñado que la participación en realidad es un lujo que solo unos cuantos se pueden dar.
No conozco a una sola persona a la que no le interese lo que pasa en su comunidad; todos quieren opinar, todos tienen un punto de vista y una idea de cómo solucionar las problemáticas, pero la forma en la que se ejecuta la participación excluye a todas estas voces.
Incluso las manifestaciones, que también son una forma de participación que se da de manera orgánica, son un claro ejemplo de que en el país la única vía de participación válida es aquella regulada por las instituciones, el resto suele ser desprestigiada y poco reconocida.
La participación es un lujo
Otro error común en materia de participación es ignorar el contexto. Si bien en algunos países europeos existen casos de éxito de proyectos participativos y propuestas que se someten a consulta, no podemos pretender copiar esos modelos cuando nuestras condiciones socioculturales, económicas y políticas son tan diferentes.
Difícilmente podemos hablar de participación si somos de los países que trabajan más horas en el mundo, mujeres y hombres laboran largas jornadas y una pequeña interrupción impactaría directamente en sus ingresos del día. Tampoco podemos pretender que la participación vendrá desde un modelo racional-intelectual que solo interesa a quienes tienen conocimientos formales.
La participación es un lujo desde el momento en que las condiciones para participar no son las mismas para todos. Si algo deben cambiar los gobiernos y tomadores de decisiones, es empezar a entender esto y partir de ahí para crear acciones que contribuyan a que la participación se ejerza como un derecho y que propicie una transformación positiva de nuestro entorno.