Cuando estas se transforman en sentimientos de dolor en los niños y jóvenes, su desempeño académico, social y personal se ve limitado generando un retraso o deterioro que restringe el crecimiento considerado normal.
¿Qué tanto impacto puede causar el ambiente adverso y estrés en la salud mental de un infante? ¿Qué relación existe entre una situación de crisis insoportable y la capacidad de responder correctamente en una experiencia de aprendizaje para una joven? Independientemente de la edad de las personas o su género sexual las crisis generan un daño colateral en el aprendizaje formal e informal.
El estrés, como consecuencia de una etapa de crisis, es clasificable en tres espacios: positivo, tolerable y tóxico. El primero permite tener la energía para avanzar en nuestro trabajo, ir a la escuela, crear, renovar, vivir cotidianamente.
El segundo es el estado permanente de tensión que se genera por momentos de incertidumbre, la presión de resultados a corto plazo, la tensión de ver logros académicos o laborales. El niño o adolescente es capaz de mantenerse en estado activo de tensión como medio de vivir y avanzar en su vida.
Por último, el tóxico, ocasionado por una circunstancia extrema de tensión que se prolonga, que genera inestabilidad mental, emocional, psicológica y en consecuencia ineficiencia escolar y fracaso. La situación de aislamiento obligado por la pandemia ha originado una tipología de afectaciones en la salud mental de los educandos a todos los niveles.
En el caso de un escenario de amenaza, la ley de la naturaleza es simple: muévete o muérete. Este principio aplica en ambos, las personas y las organizaciones.
Entre los síntomas de un estrés tóxico señalo tres de los más comunes:
Primero, el aislamiento prolongado del grupo. Una persona que entra en situación de estrés al no saber cómo reaccionar se aísla. El ser una cara anónima en una sesión de video conferencia en clase lleva a crear una máscara que permite desaparecer virtualmente. Cuando este retraimiento se prolonga, puede demostrar depresión.
Segundo, pasividad en casa. En forma natural al considerar que no tenemos las herramientas para luchar o huir de la amenaza, jugamos a hacernos árbol. Es decir, generamos la defensa de ser un ser vivo que no se mueve, se mimetiza con el ambiente, busca pasar desapercibido.
Sin embargo, la pasividad física deteriora el cuerpo. La inactividad intelectual, atrofia la capacidad de pensar. El estar siempre en el mismo espacio, genera una visión limitada de la realidad.
Tercero, el ser adicto al trabajo. El individuo trabaja, acciona, se mueve, se desvela. El desvelo hace que su rendimiento académico o laboral sea menor. Esto deteriora su salud, incrementa riesgo de desbalance… concluye al ser atrapado en el círculo vicioso de moverse mucho en el mismo lugar.
Esto ocurre en padres y madres de familia que además de su rol como papás, cumplen con ser arquitectos en la empresa y ahora tienen que ser: consejeros, psicólogos, tutores, matemáticos, artistas y coach deportivo de sus hijos.