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No es la cola la que bate al perro

Si en esta Cuarta Revolución Industrial le hemos dado el valor a lo digital, el péndulo que guiará a la siguiente revolución será hacia lo esencial, lo humano, considera Juan Domínguez.
vie 17 septiembre 2021 11:59 PM
En el contexto mundial actual se vive
Hemos visto el nacimiento de nuevos negocios que, bajo el amparo de la tecnología, traen soluciones que eran impensables hace una década, apunta Juan Domínguez.

(Expansión) - “Esa empresa es el futuro, su producto es único en el mercado”, dice con convicción el analista financiero, mientras invita a la inversionista a dejar su dinero en un fondo. La inversionista, por su parte, le afirma con voz baja “¿y de qué sirve un buen producto si no hay gente que lo produzca y personas que lo compren?”.

Los inmensos avances que ha traído a la civilización esta Cuarta Revolución Industrial englobada por el concepto de “digitalización” han puesto el foco, como todos los avances industriales, en lo que denominamos genéricamente como “el producto”: aquello que se coloca en un mercado, a un costo de producción y con un precio de venta. La manzana del Génesis, por darle una connotación genérica.

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Hemos presenciado la caída estrepitosa de empresas que, bajo el reinado del producto, han alterado sus brújulas sumidas en el espejismo de que es éste, y no quien lo adquiere, aquello que determina, no solo la existencia del mercado, sino también el valor del mismo. Por otra parte, hemos visto el nacimiento de nuevos negocios que, bajo el amparo de la tecnología, traen soluciones que eran impensables hace una década.

Hoy más que nunca es más fácil llegar a las listas de las “500 Empresas”; lo que ha cambiado de manera muy relevante es la capacidad de permanencia en esa lista. Una especie de capacidad de crecimiento espontáneo a niveles de aceleración nunca vistos, pero con una volatilidad similar a la del éter.

En efecto, dado el nivel de desarrollo de soluciones que parecen de otro mundo, aparecen empresas más allá de lo imaginado, con una capacidad de procesamiento de datos y de creación de soluciones a través de ello que no solo supera la capacidad humana, sino que además trata de sustituirla en todas sus dimensiones. La obsesión del ser humano de sustituirse y mejorarse a sí mismo.

De igual manera, vemos cada día como esa tecnología es replicada a mucho mayor velocidad y al mismo tiempo mejorada. Se vuelve, en un tiempo muy breve, un género – commodity en inglés – que compite por especializarse más y más, para ganar la guerra a la capacidad de ser igualada por competidores que ya no invierten en innovación sino en llegar al mercado más rápido y barato. Pareciera tratarse de un ciclo evolutivo infinito pero estéril, que recuerda a los modelos de mejora continua del siglo pasado.

Esta vorágine puede resultar preocupante, más cuando se trata de la sustitución de la capacidad humana, pero al mismo tiempo paradójicamente esperanzadora.

Al dejar de ser la tecnología el elemento diferenciador, será el mercado quien determine a los ganadores y perdedores, en otras palabras, es el mismo ser humano – la persona-cliente – la que determinará ese valor diferenciado que será entregado no por lo tecnología sino por seres humanos: la persona-empleado.

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No se trata entonces, en esta era digital, exclusivamente de tener una tecnología de punta, innovadora y creativa: se trata de conectar desde la experiencia del empleado a la experiencia del cliente. Lo que está en ciernes es algo que pareciera contra intuitivo; la tecnología, para sobrevivir y crecer, no será sustitutiva de la humanidad sino multiplicadora. Será un mundo de seres humanos (los empleados) sirviendo a seres humanos (los compradores, el mercado) a través de la tecnología.

Si en esta Cuarta Revolución Industrial le hemos dado el valor a lo digital, el péndulo que guiará a la siguiente revolución será hacia lo esencial, lo humano. Habrá una coexistencia entre dos movimientos que no son opuestos sino complementarios, el movimiento hacia la digitalización de todo, pero bajo la premisa fundamental de hacerlo para las personas, quienes serán, en una economía fraccionada, el centro y causa de todo lo que se hace. Entre los grandes ganadores estarán los que entiendan esta codependencia y la fomenten de manera productiva.

Y la inversionista decidió no ponerle un quinto a la empresa, porque sabe que lo que vale ante cualquier tecnología es las personas a quienes ella sirve. La inversionista entiende algo elemental: que es el perro el que bate la cola y no al revés.

Nota del editor: Juan Domínguez ha tenido una carrera de más de 20 años en áreas de Recursos Humanos en las industrias de consumo masivo, aviación y servicios financieros. Hoy es CEO de hh red colaborativa. Es abogado con estudios de ciencia política y desarrollo humano en Cornell University, University of Notre Dame, University of Asia and the Pacific, Pontificia Universidad Javieriana el ITESM. Es consultor, autor y profesor universitario. Escríbele a juan@juandominguez.red y/o síguelo en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

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