Es paradójico y puede sonar irracional, pero el ser humano se anima a arriesgar más cuando está más en riesgo. No hay mucha ciencia. Cuanto mayor el peligro, menos hay para perder y más para ganar. El peligro produce miedos pero también nos libera un poco de ellos: es ahora o nunca.
Hay quienes dicen que actuamos solo porque sabemos que vamos a morir. Si siempre tuviéramos más tiempo, nos quedaríamos sin tomar decisiones. Es el “deadline” el que nos impulsa a actuar.
El “deadline” (línea de la muerte) es un anglicismo que se refiere justamente a lo finito de un plazo, a un límite para el tiempo del que disponemos. Sirve porque logra disparar nuestra acción. Funciona como una alerta (a veces estresante) para la continuidad o la supervivencia de ese proyecto.
Lo perfecto es enemigo de lo bueno. Hay un momento en que debemos dar el salto, siempre vertiginoso e incierto. Muchas compañías y muchos ejecutivos, sólo toman las decisiones cuando no les queda alternativa, cuando están entre la espada y la pared.
Algunas personas precisan esa presión para poder gatillar su acción. Detrás, suele estar el miedo, que sólo se quita de enmedio cuando no hay posibilidades de seguir estirando la decisión. Esto también les pasa a los genios creativos.
En una ocasión le preguntaron a George Lucas cómo hacía para terminar sus películas. ¿Cuando sabe que ya está lista? Respondió: “yo no las termino, a mí me las sacan de las manos”.
¿Cómo sabemos que la obra que un artista desarrolla ya está lista? ¿Cómo sabemos que un libro está terminado o que este artículo no requiere una nueva revisión?
Una persona indecisa suele quedar atrapada en las redes de las conjeturas, de los análisis in-finitos.
Es común encontrarse con gente que le teme a “pensar demasiado”. Se habla de la “parálisis por análisis” para los casos en los que nos tomamos tanto tiempo analizando que no podemos avanzar. Esto, en contraposición con actuar sin pensar o decidir por puro instinto que también tiene sus riesgos.