Antes que nada, entendamos qué es un “coder” o programador: se trata de una persona que diseña, escribe y prueba códigos para plataformas de software o aplicaciones móviles. Generalmente se requiere dominar varios lenguajes de programación que interactúan unos con otros.
Se trata pues de los modernos escritores de códices que convierten líneas de letras, signos y números en sistemas vivos, que funcionan y dan vida a un producto y, en consecuencia, conectan a quienes los venden con los usuarios finales. De manera poética, son unos artistas que desde su ingenio y conocimiento crean funcionalidades que no existen, conectan lo digital con lo humano.
En efecto, estos profesionales maravillosos gastan horas de horas para crear las obras de arte que definen nuestro mercado digital; comunican una aplicación con otra, crean conexiones que antes no existían y que hoy son vitales. Por poner un ejemplo simple, desde hace muchos años existen los vehículos, desde la prehistoria la necesidad del ser humano de transportarse, y desde hace unas décadas la geolocalización.
Alguien concibió que, si se juntan esas tres cosas, existentes y usadas, se podría crear un sistema de transporte a la medida del usuario y en la mano del mismo – a través de su teléfono celular. Esta conexión nace del ingenio y se convirtió en una de las aplicaciones mas usadas en el mundo gracias a estos políglotas de lenguajes cifrados que permitieron unirlos.
Al analizarlo sin mayor detalle, nos damos cuenta que este trabajo que pareciera mecánico y hecho a destajo – un simple servicio que se ofrece el mercado – es mucho mas que eso. Es en las manos y el ingenio de estos genios de los algoritmos que yace la conexión, el hilo conductor, entre lo humano y lo digital. Si decimos, como lo hacemos, que el futuro inmediato de la humanidad está precisamente en poner al ser humano al centro de todo lo que hacemos, los codificadores son y serán la causa eficiente de este milagro.
Los perfiles de estos profesionales están normalmente narrados como autómatas, carentes de habilidades sociales, simplemente como productores de jeroglíficos en pantallas negras cuyo texto nadie entiende. Pero son estos hombres y mujeres, y su trabajo, lo que realmente nos conecta como seres humanos.
Por ello mismo resulta paradójico que no haya un interés en desarrollar en estos equipos “habilidades blandas” sino verlos como máquinas productivas medidas por resultados casi industriales.
¿Qué tipo de resultado obtendríamos si a todas estas personas de las áreas de producto y tecnología – presentes hoy en casi todas las empresas – las habilitamos con un entendimiento profundo de la humanidad, de la persona y sus emociones? ¿Qué pasaría si en cada línea estuviera la consciencia del usuario final, el entendimiento del propósito de su trabajo? Mas aún, ¿Cómo se revaluaría este rol para quien, sabiendo programar, entiende las necesidades especificas y se pone en el lugar de ese usuario final para quien trabajan?
Se ha dicho y hay que volverlo a decir: no hay tal cosa como una empresa de tecnología. Hay personas, organizadas como empresa, que sirven a personas a través de la tecnología.