En otras épocas no tan lejanas, tocaban a la puerta vendedores de “salvación” o “redención” divina a cambio de rezos, bautizos y diezmos. Se proclamaban milagros y tierras de abundancia en templos que en mejores tiempos fueron teatros de cine.
Pero centrémonos más bien en esta ‘corporativización’ de la felicidad, lo de hoy, y empecemos por el final: ni la felicidad es un producto, ni hay una metodología que la genere. Pero más aún, la felicidad no es algo que las empresas deban -o puedan- dar u ofrecer.
Ese concepto onírico ha sido estudiado desde todos los tiempos, hay tantas definiciones como opiniones, pero todas ellas coinciden en que es un sentimiento de exaltación positiva, que es finito (es decir que empieza y se acaba), repetible, y que se genera en un individuo dentro de determinado entorno. Se ha encontrado que la felicidad, además, está íntimamente ligada con las expectativas, inversamente, a menor expectativa el logro genera mayor felicidad.
Hoy la nueva neurología y la ciencia del bienestar han además comprobado que la felicidad es un fenómeno individual, que puede tener manifestaciones colectivas, pero que nace de cada persona: aquello que hace feliz a unos puede generar lo contrario en otros.
En tal sentido, estas propuestas corporativas de felicidad pueden ser llamativas, pero, en el mejor de los casos, temporales. Se deben entender como un marco dentro del cual las personas obtienen mayor satisfacción, seguridad emocional y física y mayor tendencia a la generación de endorfinas. El entorno adecuado sirve, es útil, pero resulta insuficiente, pues cada uno medirá su felicidad en torno a lo que le falta, no a lo que tiene.
Esta última afirmación resulta triste pero real: de lo bueno queremos y esperamos más. Y tener todo lo bueno y mejorarlo a diario es un viaje que ha resultado insostenible para muchos y un fracaso para la mayoría.
La clave para el manejo de las expectativas es la gratitud; en la medida en que somos más agradecidos por lo que nos pasa perdemos ese sentido de merecimiento y entendemos que todo es de alguna manera un privilegio.
Llegamos entonces a un punto ciego, a un ciclo sin solución para la empresa. No se puede ofrecer una felicidad genérica, pues se trata de un concepto individual, medido por expectativas, las cuales están medidas por el grado individual de gratitud que tengan los miembros de un colectivo. Una solución individual para una causa individual, en ocasiones expresada de manera colectiva.