Para eso sirve la digitalización y la inteligencia artificial en la evaluación crediticia: liberan de costos y barreras burocráticas. O las API para la banca abierta: liberan datos para su intercambio y el desarrollo de productos integrados a la medida. En un paso más, al embedded finance: todo negocio, de cualquier sector, como proveedor o canal de servicios financieros.
Modelos como el de “abonos chiquitos” pero con intereses estratosféricos deberían extinguirse rápidamente ante la gran promesa fintech: abatir costos, distancias, tiempos, cotos oligopólicos, asimetrías de información.
No es para menos que los bancos de India acaben de lanzar un agregador nacional de datos para hacer del open banking una súper palanca de innovación y democratización financiera, la siguiente fase de la evolución fintech. En alusión a esta disrupción tecnológica, Amiyatosh Purnanandam, profesor de finanzas de la Universidad de Michigan, recuerda que el negocio bancario, en esencia, es resolver fallas de información entre prestatarios, ahorristas y otros participantes del mercado.
Ahí es donde adquiere todo su sentido la intersección entre inclusión, educación y salud financiera, más allá de la acción regulatoria. Y de ahí la trascendencia de un proyecto como Finnsalud, organización sin fines de lucro respaldada por la Fundación MetLife, que tiene a México como piloto. El antecedente son las encuestas globales que ésta última viene realizando con Gallup: prendieron focos preventivos sobre los riesgos colaterales del incremento exponencial de la oferta y detonaron esfuerzos para generar estándares y herramientas de medición como los del Financial Health Network, a lo que se añadió el desarrollo de ciencias del comportamiento aplicadas.
Con esas experiencias y estudios locales, Finnsalud llegó a un enfoque de cuatro dimensiones: ser financieramente sano implica poder planear y asignar presupuesto a las cuentas cotidianas; igual, pero para metas de largo plazo y objetivos de vida; tener resiliencia frente a altibajos y emergencias; y autonomía y capacidad para tomar decisiones financieras. Parece obvio, pero tenerlo presente hace toda la diferencia en una política pública o un producto financiero.
A partir de ese punto de partida se concibió un concepto de clínica (diagnóstico + tratamiento) que incluye una API de Whatsapp para que cooperativas de ahorro y crédito hagan encuestas e interactúen con sus socios, con un algoritmo para determinar puntajes y recomendarles productos, usos correctos, alertas ante riesgos o patrones de sobrendeudamiento.
Aquí hay un área de oportunidad enorme para la innovación. Algo similar sería de esperar de fintechs, bancos tradicionales y empresas de todo tipo que incorporan instrumentos financieros, sean seguros o crédito para vender viajes o autos usados: el foco en la salud financiera desde la concepción del valor agregado y el onboarding para abrir una cuenta.