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¿Los jóvenes serán más pobres que sus propios padres?

Poco nos hemos puesto a pensar en la profunda transformación social que estamos viviendo y cuyos impactos están pegando con fuerza en los grupos más jóvenes de nuestro país, apunta Jonathán Torres.
mar 26 octubre 2021 12:00 AM

(Expansión) - Algo está pasando en la UNAM. La matrícula en la Facultad de Filosofía y Letras se desplomó, 50% de universitarios abandonó sus estudios y no tiene ninguna expectativa para regresar. Pero eso, dolorosamente, trasciende y captura a millones de jóvenes que, en su afán de mitigar la precariedad en la que viven, se han visto obligados a conseguir cualquier empleo que les permita enfrentar su cruda realidad.

Hay quienes sostienen que imaginar el futuro es una tarea inútil porque siempre ocurre lo inesperado. En ocasiones así es. Sin embargo, las circunstancias del momento y los juicios que tenemos sobre el futuro condicionan mucho nuestra vida. Si es así, el siguiente escenario no gusta, duele, indigna, pero es imperativo citar para buscar la manera de evitarlo: los jóvenes podrían ser la primera generación que sea más pobre que sus propios padres.

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Sí, las etiquetas suelen ser inexactas, pero no podemos negar que hoy están muy limitadas las condiciones que anteriores generaciones sí tuvimos, como era pensar que podíamos progresar. Ahora, muchos jóvenes cargan con el sentimiento de salir perdiendo bajo el actual sistema, que les ofrece un manual de instrucciones desfasado.

La pandemia vino a revelar muchas desigualdades que ya estaban instaladas, de tal forma que se ha enfatizado la precarización de la vida.

Según el Programa PISA, 4 niñas y niños, de cada 10, pueden realizar operaciones matemáticas; 3 de cada 10 pueden comprender un mensaje. La SEP calcula que 3 jóvenes de cada 10 tienen un espacio en la universidad pública. Para UNICEF es posible que las niñas y niños que viven en la sierra tengan una esperanza de vida varios años menor que los de San Pedro Garza García, Nuevo León.

El IMCO calcula que al menos 10 millones de niñas, niños y jóvenes enfrentan un riesgo alto o medio alto de presentar rezagos de conocimientos importantes, lo que representa una reducción de 19% en los años de aprendizaje, equivalentes a dos grados académicos menores. El BID estima que 628,000 mexicanos entre 6 y 17 años han interrumpido sus estudios.

“Si ya se venía formulando una idea de no futuro para las juventudes, ahora menos. Hay mucha desazón de que no existe el futuro y hay que sobrevivir en el presente con lo que se puede”, afirma Jahel López, catedrática del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM.

“Hay un juventud que no tiene mayoritariamente un impulso aspiracional de que puede lograr mejores cosas que las que conoce y por tanto hay como una energía que no está disponible”, añade Juan Vera, coach y autor del libro “Articuladores de lo Posible”.

Expertos en conducta humana sostienen que los jóvenes viven un ‘presente continuo’, en el que nada cambia, todo sigue igual y está marcado con muchas frustraciones, lo que alimenta la percepción de que el día de mañana no sería mejor que el presente. Bajo esa lógica, hay quienes han dejado los estudios porque no ven a la educación como el instrumento privilegiado para aspirar a una mejor vida.

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“(Las niñas, niños y jóvenes) es una población que podría vivir una pobreza diferente. No solo con la pobreza de ingresos sino una pobreza marcada con una carga de enfermedad mucho más alta. Es una población que, aunque está mas informada, podría vivir con cargas de enfermedad más largas y con un deterioro en sus capacidades funcionales”, sostiene Mario Luis Fuentes, director de México Social.

Se ha dicho mucho de la transformación económica que se ha venido con la pandemia. También, la agitación política nos tiene bastante entretenidos. Pero poco nos hemos puesto a pensar en la profunda transformación social que estamos viviendo y cuyos impactos están pegando con fuerza en los grupos más jóvenes de nuestro país.

Mario Luis Fuentes habla de la “plasticidad” de los jóvenes de poder adaptarse a cualquier entorno en un cambio brutal. La gran pregunta está en saber si tenemos la capacidad de comprender la aceleración de los cambios. Es verdad que estamos en el mismo tormento pero en marcos distintos, que cada quien ha vivido la crisis de forma tremendamente diferente, pero entre los instrumentos sanadores de una sociedad abrumada está la escucha, el diálogo, el encuentro.

El concepto de futuro mueve al mundo. El nuestro requiere de ayuda. Necesitamos reinventar esquemas. Antes teníamos esa religión de la superación que nos decía que después del desierto había un oasis. Hoy no está claro el camino, pero podemos albergar la esperanza basada en la convicción profunda de hacer lo correcto.

Una juventud sin oportunidades no constituye una generación perdida, pero sí revela la falta de rumbo de un país y el poco compromiso de quienes actualmente toman las decisiones.

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Hoy hay más de todo; más complejidad, más dificultad de articulación, más necesidad de conexión. La tecnología tiene que estar al servicio de la gente y facilitarle la vida, no para complicársela. La tecnología debería ser un instrumento para la construcción de ciudadanías deseables, que se respeten entre sí. ¿Podemos aspirar a algo así?

Nota del editor: Jonathán Torres es socio director de BeGood, Atelier de Reputación y Storydoing; periodista de negocios, consultor de medios, exdirector editorial de Forbes Media Latam. Síguelo en LinkedIn y en Twitter como @jtorresescobedo . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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