Podríamos verlo como la actitud que toman los niños o adolescentes porque saben que sus padres están detrás.
Otro contexto en el que se observa este fenómeno es en el de la asistencia social, y se hace presente de dos maneras:
1) los beneficiarios no destinan los recursos de los programas sociales a lo que se supone que deberían hacerlo (tras el paso del huracán Katrina en EU en 2005, las personas que huyeron de la Costa del Golfo usaron el dinero de la ayuda gubernamental en tatuajes, bolsos, e incluso artículos de lujo), y/o
2) los beneficiarios pierden incentivos positivos (se ha documentado que, en algunos casos, donde se recibe algún ingreso, si éste no tiene algunas mediciones o resultados, se pierde el interés porque se tiene el ingreso asegurado).
Aunque los economistas no se ponen de acuerdo con la definición formal del riesgo moral, todos estos ejemplos revelan que es innegable su existencia: hay personas que, efectivamente asumen actitudes de riesgo moral. No obstante, se debe aclarar que no es la totalidad de los casos. Ello supone un problema porque la existencia de la más mínima proporción de personas que asumen una actitud de riesgo moral hace cuestionar cuáles realmente se necesitan.
Uno de los argumentos de quienes están en contra de los subsidios es que generan incentivos perversos, por ejemplo, subsidiar las hipotecas de aquellos que no pueden pagarla, hará que aquellos que sí puedan finjan que no pueden hacerlo y así recibir el beneficio. O como vimos en EU, en donde el subsidio por desempleo y por la pandemia generó un retraso en el aumento de empleos.
Así, el riesgo moral usualmente se usa para explicar por qué la seguridad social debe ser menos objetiva, y sugiere que la responsabilidad recae en los individuos. Aunque lo cierto es que se ha dicho mucho menos sobre el riesgo moral que se genera en los empleadores al brindar compensaciones laborales demasiado bajas.