O que todo es por la seguridad estratégica de Rusia, cuando estaría bastante más segura sin un mandatario con suficiente poder sin contrapesos como para arrastrarla al empobrecimiento exponencial en una aventura castrense. Mientras, bloquea Facebook y Twitter y amaga con 15 años de cárcel a quienes se desvíen de la narrativa estatal de su, no guerra, sino “operación militar especial”.
Sin embargo, por tantas calamidades, los conflictos bélicos también suelen sacar lo mejor de personas y pueblos: actos de unión, heroísmo, compasión, nobleza, generosidad y también de ingenio. Pueden activar o acelerar innovaciones y cambios que a la larga impulsan avances revolucionarios. No sólo tecnológicos, sino incluso político. Ahora tampoco debería ser distinto, sobre todo porque hay cambios e innovaciones que urgen, más allá de la tragedia en Ucrania.
En la Segunda Guerra Mundial, en el esfuerzo para descifrar la encriptación alemana con el trabajo de matemáticos como Alan Turing, se dieron avances fundamentales para lo que sería la computación y ahora la inteligencia artificial. El cataclismo dio pie a la bomba atómica, pero también a la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Ahora hemos visto la dignidad de un pueblo que resiste a la potencia con el mayor arsenal nuclear del planeta. A un ex comediante que como mandatario de un país invadido se crece en valor con un liderazgo inspirador para su gente y el mundo. El valor civil de tantos rusos que están protestando a pesar de la represión. Son actitudes que, como dicen los editores de The Economist, dejan perplejos a dictadores y abusivos que hacen cálculos desde la prepotencia.
Resulta trágico que el mundo todavía no sale de una pandemia de millones de muertos y una terrible recesión económica y ahora venga esto. Peor aún, con el cambio climático encima. Sin embargo, la situación podría ser acicate para avanzar más rápido en áreas clave como la transición a energías limpias, como también puede serlo para un renovado activismo ciudadano para contener abusos de poder o emprendimiento tecnológico contra la manipulación y la desinformación.
El último reporte del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, lamentablemente opacado en sus advertencias por la invasión rusa, documenta que los daños cobran forma más rápido que la capacidad de adaptación. Ocurren ahora mismo: las afectaciones por sequías, tormentas, inundaciones ya están generando millones de desplazados y dejando en riesgo de hambre, malnutrición y enfermedades a otros tantos.
Los científicos calculan que, como vamos, alcanzaremos un aumento de entre 2 y 3 grados Celsius sobre los niveles preindustriales, traspasando la línea roja de 1.5 pronto, incluso antes del 2030. Con 2 grados, hasta 3,000 millones enfrentarían escasez crónica de agua; con 3 grados, cerca de 30% de las especies de plantas y animales estará al borde de la extinción. Mientras esa bomba de tiempo avanza, Putin intimida con un enfrentamiento nuclear si otras potencias se entrometen en sus planes.
No por nada, el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, calificó al informe del IPCC como sentencia condenatoria a un liderazgo fallido ante el desafío climático.
Sin embargo, el conflicto puede dar nuevos bríos a esa lucha. De entrada, al green deal europeo, por la necesidad de reducir la dependencia del gas ruso, con una recobrada unidad a raíz de la amenaza. Podría acelerarse la transición energética a las fuentes limpias, la inversión en infraestructura de hidrógeno verde y políticas e innovación de eficiencia.
A la urgencia climática se agrega la de seguridad energética. Por lo pronto, se reveló que Alemania prepara un plan para que 100% de su electricidad provenga de fuentes renovables a 2035 y su ministro de finanzas se refiere a ellas como “la energía de la libertad”.