En lo que respecta a los últimos acontecimientos, la apuesta del presidente ruso sin duda nos sorprendió. Sin embargo y por encima de todo, lo que más nos asombró fue la rapidez y el alcance de las sanciones occidentales.
En un contexto de creciente división entre Estados Unidos y China (cuya postura sobre la guerra de Ucrania es ambigua), se plantea ahora la cuestión del riesgo de sanciones que podrían imponer los gobiernos y autoridades reguladoras de los países en los que invertimos.
En el caso de Rusia, las sanciones son responsables de la mayor parte de la pérdida del valor de mercado registrada desde el inicio del conflicto, más que la propia guerra en sí. El sistema financiero se ve ahora directamente implicado y nos enfrentamos a un entorno de inversión radicalmente distinto.
El cambio hacia prioridades políticas estratégicas, en lugar de económicas, hará que muchas actividades se reubiquen en los países desarrollados. Las cadenas de suministro serán rediseñadas y el encarecimiento de los combustibles fósiles, unido a la problemática seguridad de sus fuentes, acelerará la transición hacia las energías renovables.
La gran era de la globalización, con su asignación optimizada de recursos y capitales, está dando paso a una etapa marcada por una inversión local mucho más potente. El nivel de vida se verá afectado, especialmente en Europa. Los Gobiernos tendrán que aliviar el impacto sobre el costo de la vida mediante subsidios más amplios y sistemáticos a los hogares más pobres.